Obispado de Valparaíso
Caminemos a la Luz del Señor
Encuentros de Acompañamiento Espiritual
Itinerarios espirituales para las diferentes etapas de la vida:
1.- Juventud y primera adultez: etapa de la intimidad (hasta los 35 años)
1.- ¿Cuál es mi centro personal?
La etapa corresponde aproximadamente a los primeros años de la vida laboral/profesional (primeros años de matrimonio), hasta los 35 años aproximadamente. Es el tiempo en que los jóvenes comienzan a asumir responsabilidades adultas de la vida, a tomar decisiones importantes para el futuro de la propia vida, a hacer opciones que tienen que ver con la vocación para la vida. Es un tiempo de mucho preparar, de proyectar y de comenzar a vivir muchos comienzos (estudios, trabajos, pareja, etc.).
Esta etapa está marcada por dos desarrollos.
A. En el plano psicológico: Se busca tener una identidad que no sea definida por los demás, que no esté compuesta exclusivamente por los papeles significativos que cada uno desempeña en la vida. Sin embargo, por las nuevas responsabilidades que se asumen como por la inserción más de lleno en la actividad apostólica, hay una tensión que se produce entre la búsqueda de identidad de cada uno y las expectativas y deseos de los otros. Además en esta etapa se consolida una cosmovisión claramente diferenciada de la de los demás, capaz de sostener coherentemente la propia identidad; aquí los símbolos se vuelven conceptos y opciones movilizadoras y configuradoras de vida.
B. En el plano espiritual: el desafío de esta etapa es el de la “intimidad”, entendida esta como la actitud de asumir profundamente las grandes convicciones de la vida y de empezar a vivir en consecuencia. Esta actitud surge como respuesta a un llamado del Señor que en esta etapa resuena con la fuerza de la invitación hecha por el mismo Señor a estar con Él y a asociarse a su misión. En el fondo, es el llamado a abrazar la causa de Jesús y de su evangelio y a entregarse enteramente en este servicio. Es también un tiempo en que se sigue aprendiendo y creciendo a partir del contraste con la el realidad, con las nuevas responsabilidades asumidas, con la nueva hondura desde la que se viven las relaciones con las personas. Esta nueva hondura tiene que ver con la experiencia de entrada en le mundo laboral, de constitución de una vida de pareja con proyecto de futuro, la llegada del primer hijo o hija. Puede ser una etapa de muchas crisis, pero que redundan en una actitud más realista, más reconciliada con las capacidades y las fragilidades propias de nuestra condición humana.
Esta tarea supone un proceso de internalización de las expectativas, de cierto “egoísmo” en que la construcción de la persona se vuelve lo más importante. Esto no quiere decir que los demás no importan, sino que se define la propia identidad más claramente de una relación intima consigo mismo, con los demás y con Dios.
En términos de desarrollo de la fe, ésta se expresa de manera “individual-reflexiva”, es decir se ha asumido la fe de manera adulta, realista, razonada y comprometida. Hay una preocupación por hacerla crecer, por alimentarla y por expresarla sin fanatismos ni fundamentalismos.
El paso a la quinta etapa es preparado por la escucha de las voces interiores, que son enérgicas y capaces de perturbar las seguridades adquiridas; por la presencia de historias, símbolos y mitos, tanto en la propia tradición como en las ajenas, que chocan con la claridad y radicalidad de la propia fe; y por las desilusiones personales, que ayudan a reconocer que la vida es bastante más compleja que lo que cabe en la cosmovisión propia.
2. ¿Cuál es el Evangelio de esta etapa?
La buena noticia para esta etapa de la vida es por un lado, la acogida del llamado de Jesús, por libre iniciativa suya, a los que él quiere para que estén con él, formen parte de los suyos y al mismo tiempo, para asociarlos estrechamente a su misión, para enviarlos a predicar. (cf. Mc 3,13-19). Con el realismo creciente de esta etapa, la buena noticia es entonces sorprenderse de la mirada que Jesús ha puesto en uno para ser su amigo y hermano. Hay en esta buena noticia una dinámica responsorial que compromete la vida entera del que quiera ser discípulo de Jesús. A partir del Lucas 9, 18-27 vemos algunas de las características de esa dinámica:
a) El paso de una fe recibida de otros a una fe vivida como decisión personal en respuesta al Señor. Se produce un proceso de relectura de la propia historia de fe y en ella de purificación de lo que cada uno ha vivido en el camino con Jesús. Y todo ello redunda en una respuesta personal que se da ante el Señor que pregunta: “Y tú ¿Quién dices que soy?”
b) Es el tiempo en que se reconoce la supremacía de Dios en la vida y en la vocación personal. Es tomar conciencia renovada de que es el Señor el que nos llama de manera continua para colaborar en su misión, abrazando su causa del Reino, corriendo los riesgos que ello implica y aportando lo mejor de cada uno de nosotros mismos.
c) Es también el tiempo de asumir que la fe supone la dificultad y la persecución. Es el enfrentamiento entre la decisión de seguir a Jesús, la grandeza de la misión que él nos confía y la conciencia de la propia fragilidad en este seguimiento.
3. ¿En qué tengo que creer?
Esta etapa desafía a creer con una fe marcada por el servicio y la entrega:
a) Jesús que llama a ser sus discípulos a asumir la causa del reinado de Dios. Jesús no sólo llama a los que él quiere sino que los hace partícipes apasionados de su misma misión. Se trata entonces de estar disponible a dejarse entusiasmar y descentrarse de sí para recentrarse en causa de Jesús y de su evangelio.
b) Creer en la fecundidad paradójica del llamado de Jesús. Esto significa a “perder” la vida por Él y como él para “ganarla”. Implica entonces asumir la paradoja del servicio al estilo de Jesús en la cual quién lo deja todo por Él, se abre a una fecundidad insospechada, la del ciento por uno, asumiendo también las dificultades y conflictos que esto conlleve.
c) Abrirse a la alegría que brota de la búsqueda del querer de Dios, siempre sorprendente y que se expresa concretamente en el seguimiento de Jesús. Es él el que nos acompaña y nos capacita con su Espíritu para que respondamos a su amistad y confianza, que es más grande y más fuerte que nuestras capacidades o limitaciones. Como lo señala el documento conclusivo de Aparecida y que define el talante gozoso del ser cristiano: “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras palabras y obras es nuestro gozo.”(No 29)
La parábola del tesoro escondido (Mt 13,44) ejerce un una especial fascinación en esta etapa, ya que lleva a una fe que asume riesgos, que es dócil al Espíritu y al llamado de los signos de los tiempos. El tesoro es símbolo de todo lo que en la vida es valioso y deseable, es por lo que vale la pena dejarlo todo para responder al llamado de Jesús a “venderlo todo”.
4. ¿De qué me tengo que convertir?
En esta etapa un peligro está en creer resolver los desafíos de esta etapa, contentándose con una actitud de continuo ensayo, de permanente huida de los compromisos, sin una clara relación entre las limitaciones de la realidad y las condiciones propias.
Una tentación de esta etapa es la de construir la propia vida desde la ilusión de si mismo- imagen idealizada de sí. Se busca responder al llamado de Dios pero sin asumir los costos y exigencias que ello progresivamente conlleva. Es posible elegir la vida y no asumir las consecuencias de este compromiso y quedarse con una fe cómoda, querer quedarse sólo con lo bueno, con lo seguro, en donde me siento bien.
Otra tentación es quedarse fijado en la etapa anterior y vivir de sueños y situaciones ideales, en que la realidad se transforma en un obstáculo por evitar más que en un desafío o una incitación para recrear los sueños de la etapa anterior. Es un tiempo para convertirse de un fenómeno de acomodamiento y de falta de entereza y de la radicalidad necesarias para responder al llamado de Jesús y para asumir sus consecuencias.
Hay por lo tanto un llamado permanente a revisar las motivaciones de la entrega, por generosa y abnegada que ella sea. Es necesario convertirse de las pequeñas causas, centradas en uno mismo como son la búsqueda desordenada del éxito personal, de seguridades afectivas, en la instalación en el propio bienestar, como formas de compensación a las renuncias y exigencias del llamado. Si bien en esta etapa los inicios de la actividad ministerial, con sus atractivos y sus exigencias, ocupan la mayor parte de nuestro tiempo y preocupación, se hace importante el cultivar espacios de gratuidad y de relación tanto en la oración como en la familia. La oración en esta etapa está centrada en mirar a Jesús en su manera de vivir su ministerio y en abandonarse en sus manos para hacerse disponible a su misión.
5. ¿A qué me envía el Señor?
Es el tiempo de una nueva definición vocacional, de saberse llamado por una elección que en primer y último término reposa en una iniciativa libre y amorosa de Jesús. También hay un llamado a la radicalidad, a darlo todo cada vez, lo que evidentemente va variando en su expresión, a medida de lo que cada uno descubriendo y abrazando el querer de Dios
Esto supone un llamado a asumir las responsabilidades propias de la vida adulta, tanto en lo personal-afectivo, como en lo laboral y lo más institucional. Esta es la generación que comienza a asumir las tareas y responsabilidades propias en la fundación de una familia, muchas veces con más entusiasmo que con experiencia, pero, a la vez, con deseos de entregar la vida tanto en las tareas cotidianas como también en las nuevas iniciativas que se emprendan.
II. Subsidios bíblicos
Seguir el itinerario de Pedro en el Evangelio, deteniéndose e en las distintas respuestas que él da a los llamados del Señor; en la primera llamada al borde del lago (Mc 1,16-18), la confesión de fe en Jesús en el camino (Lc 9, 18- 20) y la nueva respuesta al Resucitado al borde del lago (Jn 21,15-19)
También es iluminador el itinerario de Pablo, su paso de perseguidor a ser perseguido y alcanzado por el Señor (Hch 9,1-19;22,6-16 ) Tras el encuentro con Jesús, se puede apreciar el ardor de su entrega, centrada en el anuncio de Cristo Crucificado y Resucitado, asumiendo con ese mismo ardor los conflictos y dificultades que la realización de esta misión conlleve. (2 Cor 4, 1-18) Pablo asume la paradoja del servicio al estilo de Jesús: “Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él” (Filp 3, 8) Y finalmente el camino de entrega realizado por Pablo, en donde el apóstol entregado y generoso se hace servidor humilde del Señor que ya está actuando en le corazón de las personas, en su Iglesia (Hech 20,17-38)
También para una mirada de la Iglesia releer las cartas del libro del Apocalipsis 2,1-3,22, deteniéndose especialmente en la mirada que el Viviente tiene de cada una de las iglesia, la distancia que hay entre la primera respuesta y la que pide hoy el Señor, la invitación a renovar la confianza en el Señor que ahora vive y a escuchar en el presente “lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias”.
(autor: Alberto Toutin ss.cc.)
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