Obispado de Valparaíso
Caminemos a la Luz del Señor
Encuentros de Acompañamiento Espiritual
6.- "Caminemos a la luz del Señor". (Is 2)
Itinerario espiritual.
Itinerarios espirituales para las diferentes etapas de la vida:
3.- La edad adulta - La transición en la mitad de la vida. (m/m 35 a 50 años)
Esta etapa se distingue de la anterior porque lo alcanzado en ella ya no es suficiente. Gregorio Magno nombra como detonante de esta etapa la "acedia" (el "demonio del mediodía") y lo describe así: "la desesperación, desaliento, mal humor, amargura, indiferencia, somnolencia, aburrimiento, evasión de sí mismo, hastío, curiosidad, dispersión en murmuraciones, intranquilidad del espíritu y del cuerpo, inestabilidad, precipitación y versatilidad." Ciertamente estas descripciones valen para las distintas situaciones personales y no necesariamente todas coinciden en una y la misma persona. Veremos como justamente a través de este estado de ánimo Dios quiere invitarnos a encontrarnos con nosotros mismos superando nuestro "ego", a "llegar a ser lo que somos" para encontrarlo a Él.
1. ¿Cuál es mi centro personal?
El Laberinto
La casa de mi vida se parece a un edificio redondo y plano (como una torta), pero esto lo noté bastante tarde.
Hoy lo veo así:
Yo daba vueltas a lo largo o alrededor de los muros exteriores de la casa de mi vida, eternas vueltas. Creía conocer el mundo exterior y tenía bastante éxito en mis cosas.
Pero mi propio interior no lo conocía.
Así pasaron muchos años.
Al llegar a la mitad de la vida me llegaron los primeros problemas cardíacos.
El dar vueltas alrededor de mi casa me satisfacía cada vez menos. Yo molestaba a todo el mundo, mi vida era vacía, llena de contradicciones, sin sentido, no valía la pena.
Y cuanto más sufría con todo esto, tanto más corría, me estresaba, tanto más me alejaba de la verdadera meta, del verdadero centro de mi vida.
Muy adentro lo sabía, pero todavía no me era posible admitirlo frente a mi mismo y frente a los demás.
Me cansaba cada vez más y mi carrera diaria se hizo más lenta.
Nació el deseo de entrar en mi interior, de ahondar, de encontrar el centro.
El ritmo de mi vida era demasiado acelerado, de tal manera que cada vez que pasaba por la entrada de mi casa, pasaba de largo. La entrada era pequeña, no resaltaba a la vista. Comencé a buscar seriamente. La casa de mi vida tiene una sola entrada angosta y escondida. Finalmente la encontré. Mi primera reacción fue tener miedo a perder mi libertad. El riesgo era muy grande de encontrarme con algo completamente desconocido e incierto. Pero llegué a un punto en que eché a un lado el miedo de mi mismo. Con cuidado entré al espacio interior de la casa de mi vida. Pero no había espacio, había sólo un pasillo estrecho, una manga, por donde pasaba sólo una persona a la vez. No podía correr para adelantar a alguien como lo había hecho tantas veces. Nadie salía a mi encuentro que me necesitara.
Estaba solo conmigo mismo y - no había luz.
Sólo el pasillo angosto me indicaba la dirección y el camino.
Me decía a mi mismo: no puedes detenerte, no hay vuelta para atrás.
Entonces no sabía todavía que el rodeo era el camino más directo para llegar al centro.
Con frecuencia el tramo era muy largo y monótono, otras veces era corto.
Había curvas y vueltas en todas direcciones, perdí la orientación por completo.
A veces creía que la meta estaba al alcance de la mano, otras veces todo el esfuerzo me parecía en vano. Con fe ciega avanzaba por el camino, renunciando a la posibilidad de alcanzar la meta.
Hasta que de improviso se abrió delante de mi un espacio. Entré y avancé hasta el centro y me di vuelta en la dirección de donde había venido. Era el momento de la conversión.
El largo camino por la oscuridad de la noche y de la soledad me había llevado al centro. Este era el lugar donde acontecen la muerte y la resurrección.
Me sentía cambiado. Vida nueva bullía dentro de mi. Mis ojos se iluminaban, mis sentidos se llenaban de espíritu y vida. Soy otro. Lo que he vivido y experimentado no se puede describir. No es nada asible y sin embargo es la única realidad. El que lo ha experimentado lo sabe.
Pude iniciar el retorno, el camino del interior hacia el exterior, el camino hacia el mundo.
Pero mi vida ahora tenía otra orientación.
El camino desde el exterior hacia el centro es un vía crucis, un camino de sufrimiento que lleva a la muerte del yo.
El camino del centro hacia afuera es el camino en el que el hombre nace de nuevo.
En el fondo es el mismo camino, son las mismas vueltas de camino, los mismos tramos largos y aburridos, las mismas angosturas, la misma oscuridad.
No es el camino que cambió, más bien es mi corazón, todo mi ser el que cambió.
Avanzo ahora por el mismo camino, pero con una libertad serena, pleno de vigor, con una luz interior y esperanza alegre.
Cuando surgen dificultades ya no me enredo en la vueltas de mi propio yo, porque mi "ego" ha muerto.
Ahora enfrento serenamente las pruebas de la vida y avanzo.
Así crece y madura mi persona caminando y avanzando en el camino.
Y mi casa, la casa de mi vida, nuevamente me doy vueltas alrededor de ella como en tiempos ya pasados y mantengo relaciones con muchas personas.
Pero todo ha cambiado:
Ahora conozco el exterior y el interior, vivo con el alma en equilibrio, me he conectado, puedo sacar agua del propio pozo, del pozo en el centro de mi vida. Mi acción hacia afuera está acompañada por una promesa y plena de sentido.
La vida vale la pena.
El que ha recorrido los largos pasillos del laberinto de su vida, encontró su centro, llegó a casa y habita la casa de su vida.
Y eso es bueno.
La mitad de la vida, o sea la etapa entre los 35/40 y 45/50 años (según cada persona) es, en palabras del poeta Ch. Péguy, "la edad en que llegamos a ser lo que somos". Una antigua sentencia hindú expresa: "Hasta los 20 años el hombre aprende; de los 20 a los 40 realiza; a los 40 peregrina en busca de sí mismo; a los 60 renuncia, ha encontrado por fin la sabiduría del "no deseo"." Para los padres del desierto la "mitad de la vida" es la hora del "demonio del medio día" la "acedia". Es el "tedio de la vida", la "tristeza espiritual", el "rechazo que el hombre dedicado a las cosas de Dios siente por todo lo espiritual". Esto nos hace recordar el salmo 90: "No temerás ... ni la epidemia que devasta al mediodía."
"Con cuarenta comienza la vida. El hombre hace lo que quiere, lo comienza como quiere, pero no alcanza nunca la verdadera paz hasta que su ser no sea imagen del hombre celeste que no es antes de los cuarenta años. Hasta entonces está ocupado con muchas cosas y la naturaleza le lleva de aquí para allá y muchas veces sucede que la naturaleza le domina y él cree que es el mismo Dios y no puede alcanzar la verdadera y plena paz y ser celeste del todo antes del tiempo dicho. Luego el hombre debe esperar diez años antes que el Espíritu Santo, el consolador, en verdad le llene. El Espíritu Santo que lo enseña todo." (Juan Tauler)
Para Tauler se trata de alcanzar el "fondo de la propia alma", que es lo más íntimo y propio de la persona humana, el fundamente en el que todas las fuerzas del alma se unifican. Es el punto en el que la persona humana está de verdad consigo misma y en el que Dios habita. Ese fondo del alma no se puede alcanzar con las propias fuerzas, ni mediante el esfuerzo ascético y ni siquiera con mucha oración. No se alcanza llegar al "fondo del alma" por el esfuerzo y el hacer, sino por el abandonarse, por el entregarse, cuando se deja actuar a Dios. Dios, a través de las experiencias de la vida, nuestros errores y fracasos, nuestra debilidad, nos va vaciando y despojando. Estas experiencias se condensan en la mitad de la vida. Y aquí es importante que nos dejemos conducir por El hasta el "fondo del alma" atravesando las arideces y vacíos del propio corazón. En este "fondo del alma" no nos encontramos con nuestras imágenes y sentimientos sino con el Dios vivo.
“Todos los santos pensamientos y amables imágenes y la alegría y júbilo y lo que le había sido dado por Dios le parece ahora una cosa pesada y se disipa demasiado de tal manera que ya no encuentra gusto en todo ello y no puede continuar. Esto no le gusta y lo que le atrae no lo tiene. De esta manera está entre dos polos y se encuentra en gran dolor y apretura” . Así describe Tauler la crisis de la mitad de la vida en personas religiosas que comienzan a sentirse vacías y sin ánimo. Con frecuencia se reacciona mal ante la crisis a la que Dios le ha llevado. (conf. también a Juan de la Cruz en su descripción de la Noche Oscura, que para Juan es una crisis de crecimiento: “Y así, los deja tan a oscuras que no saben dónde ir con el sentido de la imaginación y el discurso, porque no pueden dar un paso en meditar como antes solían, anegado ya el sentido interior en estas noches, y déjalos tan a secas que no sólo (no) hallan jugo y gusto en las cosas espirituales y buenos ejercicios en que solían ellos hallar sus deleites y gustos, mas, en lugar de esto, hallan por el contrario sinsabor y amargura en las dichas cosas; porque, como he dicho, sintiéndolos ya Dios aquí algo crecidillos, para que se fortalezcan y salgan de mantillas los desarrima del dulce pecho y, abajándolos de sus brazos, los veza (aveza = acostumbra) a andar por sus pies; en lo cual sienten ellos gran novedad porque se les ha vuelto todo al revés.” (1 N 8, 3)).
2. ¿Cuál es el Evangelio de esta etapa?
La Buena Noticia en esta etapa es que lo vivido hasta ahora no fue todo. Hay más, y este "más" está dentro de mí. Si hasta ahora he estado explorando, descubriendo, conquistando mundos "por fuera", y me he ubicado en este mundo al que pertenezco, ahora estoy invitado a descubrir, conocer y entrar en mi "mundo interior". Estoy invitado a descubrir que aquel lado mío que hasta ahora no podía florecer, al que no prestaba atención, al que negaba porque me daba vergüenza, aquel lado ahora tiene su oportunidad. Y esta es la oportunidad de Dios, pues en la aceptación de lo contrario, lo opuesto, en la relativización de mi persona, en la aceptación de mi sombra aprendo a ser humilde y mi "ego" deja espacio a Dios. Esta experiencia la expresa San Agustín con este hermoso poema:
¡Tarde te amé
hermosura tan antigua y siempre nueva,
tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí,
yo, fuera.
Por fuera te buscaba
y me lanzaba sobre el bien y la belleza
creados por Ti.
Tú estabas conmigo
y yo no estaba contigo
ni conmigo.
Me retenían lejos las cosas.
No te veía ni te sentía,
ni te echaba de menos.
Llamaste y clamaste,
y rompiste mi sordera.
Mostraste tu resplandor
y pusiste en fuga mi ceguera.
Exhalaste tu perfume,
y respiré
y suspiro por Ti.
Gusté de Ti,
y siento hambre y sed.
Me tocaste,
y me abrazo en tu paz.
Si en esta etapa hay desánimo, "turbación" o "apretura", es que Dios nos quiere llevar a que nos encontremos con Él, atravesando nuestra sordera y ceguera nos hace escuchar su voz e iluminando nuestra oscuridad nos hace gozar con el resplandor de su belleza. No se trata de cambiar la forma de vivir sino la vida misma.
3. ¿En qué tengo que creer?
Es tiempo de releer mi historia, aceptándola como historia de salvación incluso en su negatividad y pecado. Dios nos reconcilió en Cristo asumiendo nuestro pecado. (Lc 15; 2 Cor 5; Rom 4-5; Ef 2). Sólo la fe en un Dios que nos acepta como somos, gratuita e incondicionalmente, nos permite aceptar y asumir nuestro pasado con sus culpas, cobardías, traumas y errores.
Estoy invitado a creer que al final de este largo camino hacia el interior, hacia el centro del laberinto me encontraré conmigo mismo y que en este "lugar", donde soy yo mismo, Dios me espera. En la oscuridad del laberinto, en el útero y la cueva, ahí donde no hay ninguna otra luz me encuentro con "su resplandor" que pone en fuga mi ceguera y mi oscuridad. El perfume que Él exhala en este "lugar" escondido y en este encuentro me hace "suspirar" por Él, y en este anhelo de Dios encuentro la paz. Como dice Evagrio Póntico: "Una vez concluido el combate, un estado apacible y un gozo inefable suceden al alma".
4. ¿De qué me tengo que convertir?
Con frecuencia se reacciona mal ante la crisis. Los maestros de la vida espiritual enumeran y describen algunas reacciones equivocadas:
La primera consiste en negarse a dirigir la mirada al interior de sí mismo. No reconocer que la raíz de la inquietud está en el propio interior sino buscarla fuera, en los demás, en las estructuras, en las instituciones. Se proyecta el descontento de sí mismo hacia fuera y se obstruye con reformas exteriores la entrada al fondo de su alma. La lucha con lo exterior exime de enfrentarse consigo mismo, de luchar consigo mismo.
La segunda consiste en aferrarse a actividades exteriores (activismo) eso lo mantiene ocupado y "entretenido" y elude la confrontación interior.
La tercera consiste en buscar remedio a la inquietud y el desánimo en un cambio de la forma de vida. No es la forma de vida lo que hay que cambiar, es la vida, el interior, lo que está llamado a transformarse. La tentación es no entender bien el propio desasosiego, no oír la voz de Dios que quiere precisamente llevar a la persona a su propio interior a través de la "apretura" y en vez de enfrentarse a los cambios interiores se queda en los cambios exteriores.
En síntesis, la tentación de esta etapa es permanecer en el "exterior", o querer abandonar la carrera o la lucha. La respuesta es la resistencia o la perseverancia.
5. ¿A qué me envía el Señor?
Podemos llamar esta etapa de la vida un tiempo de gracia, un tiempo de la visita del Señor, que nos invita y nos envía como a Nicodemo a nacer de nuevo para poder ver y anunciar el Reino de Dios (conf. Jn 3). Este el momento en que nuestro "viaje al propio interior" permite que comencemos a sacar cosas nuevas y cosas viejas de nuestro tesoro. (conf. Mt 13, 52)
En la mitad de la vida nuestras tareas habituales seguirán posiblemente como siempre, pero la misión propia de este tiempo es prestar el oído a la voz interior y poner manos a la obra del desarrollo de la personalidad interior, en lugar de estar como hasta entonces a la escucha de las expectativas del mundo.
"Lo que la juventud encontró, y debía encontrarlo, fuera, el hombre de la tarde lo debe encontrar en el interior."
Para C. G. Jung los problemas con que se tropieza la persona en la mitad de la vida dependen de la tarea que la segunda mitad de la vida le exige y en los que tiene que empeñarse:
relativización de su persona;
aceptación de la sombra;
integración de anima y animus;
desarrollo del "sí mismo" en la aceptación de la muerte y en el encuentro con Dios.
Para C.G. Jung toda la vida humana es como un conjunto de contradicciones, contrastes o polaridades. Frente al consciente está el inconsciente, frente a la luz la sombra, frente al ánimus el ánima. La contradicción o polaridad es esencial al ser humano. El ser humano no llega a su plenitud, es decir no se desarrolla hasta el "sí mismo" (self), si no consigue integrar las contradicciones en lugar de eliminarlas. En la segunda mitad d la vida se trata "no de una conversión a lo contrario sino del mantenimiento de los valores antiguos ala vez que se reconocen sus contrarios".
Es el momento de aprender la humildad. La humildad es nuestro lugar verdadero en la vida, en el mundo, junto a los demás y delante de Dios. El camino que nos lleva a nuestro propio interior para allí transformarnos, nos ubica en nuestro verdadero lugar y al llegar podemos cantar con María, llenos de gozo y de paz, nuestro propio Magníficat.
Subsidios:
a.- Textos de la Escritura:
"El Evangelio de Juan nos propone el bello relato del encuentro de Jesús con Nicodemo: "... éste fue de noche a visitar a Jesús... Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios. ¿y cómo puede uno nacer cuando ya es viejo? ...¿cómo puede ser eso? (Jn 3, 1 - 8). Este relato parece plantear el necesario y significativo cambio que es requerido al adulto para pasar de la noche a un nuevo día existencial. Muchas veces me he preguntado si varios relatos de conversión en el Nuevo Testamento, no hacen referencia expresa a este fenómeno existencial del cambio o transformación (transición) de la mitad de la vida: San Pablo, Nicodemo (Jn 3, 1 - 8), La Samaritana (Jn 4, 5 - 30.39 - 42), Zaqueo (Lc 19, 1 - 10), María Magdalena... aparecen encontrándose con el Señor de una manera transformadora, ¿podríamos hipotetizar que esta transformación espiritual tiene una vinculación con los procesos existenciales que vivían estas personas y que el encuentro con Jesús les permitió entrar en su interior y encontrarse con su verdad, transformando sus vidas?" (conf. Javier Cerda, La mitad de la vida ... p. 6)
Nicodemo duda si un hombre, "siendo viejo", puede volver a entrar en el útero de su madre. No estaba tan equivocado, hay que entrar al interior, al propio interior, para nacer de nuevo. Si la transición en la mitad de la vida es una invitación a entrar al propio interior, en este hermoso texto de Juan queda claro que este "entrar al propio interior" no es para quedarse ahí, retirado del mundo y de los demás, sino para "nacer de nuevo", para que habiendo entrado en mi mismo, habiendo muerto el "ego" pueda estar en el mundo, en relación y compromiso con los demás, con la creación, con Dios de manera nueva, integrada, madura.
Las dos figuras de la Mujer Samaritana y de Zaqueo muestran como Jesús acompaña a ambas personas a entrar en su propio interior, a descubrir sin miedo "todo lo que he hecho" o sea "todo lo que soy" y a "nacer de nuevo" transformando la vergüenza, la frustración, el miedo, la humillación en "humus" para una nueva vida. Ambas figuras se habían escondido. La Mujer Samaritana iba al pozo a una hora en que nadie más iba, las mujeres de su pueblo iban en la "fresca" de la mañana o de la tarde, ella fue al medio día. Zaqueo no solo por ser pequeño subió a un árbol, podría haber elegido un balcón o la azotea de una casa que estaba en el camino de Jesús, pero él eligió un árbol frondoso para no ser visto. El encuentro con Jesús fue un encuentro con el "yo mismo" (self) de cada una de estas dos personas, con aquello que está más allá, o más adentro del "ego" y sus miedos, fracasos y culpas. En ambas figuras este "ir al propio interior" ha permitido el encuentro con su dignidad que no depende de lo que cada uno ha logrado o malogrado en la vida. Esta dignidad, esta grandeza es anterior a los méritos o fracasos de una persona. Jesús acompañó a la Samaritana y a Zaqueo hasta este "lugar" en el propio interior donde vive Dios y de ahí han podido "salir" transformados, sanados, nuevas personas.
La experiencia descrita en el Primer libro de los Reyes (1 Rey 19, 4 ss.) en torno a la figura del profeta Elías que, según su manera de ver las cosas, había llegado a la cumbre de su carrera de profeta en el juicio de Dios del monte Carmelo, experimenta un repentino derrumbe de todo lo que había levantado y concluye: "¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, pues no soy mejor que mis padres!" re-envío anda a desandar el camino ...
Podemos agregar como imagen bíblica del proceso de transformación, de encontrar el camino hacia el propio interior, de crecimiento en la fe el proceso vivido por Israel en el Exilio. En el camino del exilio Israel debe dejar atrás muchas expresiones de su fe en Yahweh (la Tierra Prometida, el templo en Jerusalén, el sacerdocio del templo y el culto como maneras de poder conseguir el favor de Yahweh). “Señor somos el más insignificante de todos los pueblos y hoy nos sentimos humillados en toda la tierra, a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocaustos, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso, ni lugar donde ofrecerte las primicias y alcanzar tu misericordia." (Dan 3, 37) y "¡Todo lo que más queríamos está en ruinas! Y ante todo esto, Señor, ¿no vas a hacer nada? ¿Te vas a quedar callado y vas a humillarnos hasta el extremo?" (Is 64, 11 s.)
Pero Yahweh no se quedó callado:"Esto dice el Señor: Yo los desterré y los dispersé entre las naciones, entre países extraños, pero solo por un corto tiempo. Ahora yo mismo seré un santuario para ellos en los países adonde han ido." (Ez 11, 16) y el mismo profeta Ezequiel continua: “... pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo.” (Ez 36, 26) y para Isaías el regalo del corazón nuevo incluye una misión: “No basta que seas mi siervo solo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo haré que seas la luz de las naciones, para que lleves mi salvación hasta las partes más lejanas de la tierra.” (Is 49, 6). El camino de Israel al exilio hace descubrir al profeta que ahí está germinando algo nuevo: “Ya no recuerdes el ayer, no pienses más en cosas del pasado. Yo voy a hacer algo nuevo, y verás que ahora mismo va a aparecer.” (Is 43, 18)
Bibliografía:
Anselm Grün osb; La mitad de la vida como tarea espiritual, La crisis de los 40 - 50 años; Narcea, 7ª ed. 1998.
Javier Cerda F. ss.cc.; La mitad de la vida: crisis y llamado; Cuadernos Testimonio - CONFERRE, Santiago de Chile, 1991.
(autor: Martin Königstein ss.cc. - mksscc@gmail.com)
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