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lunes, 20 de julio de 2009

LAS ACTITUDES Y EL MENSAJE DE JESÚS

LAS ACTITUDES Y EL MENSAJE DE JESÚS


Ver en el libro del P. Samuel Fernández Eyzaguirre, “Jesús. Los orígenes históricos del cristianismo: desde el año 28 al 48 d. C.”, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2007, páginas 182-216.


Cercanía a los pecadores.

La cercanía de Jesús a los pecadores es un dato históricamente seguro. Así lo confirma el hecho que los escritos evangélicos hayan transmitido las reacciones negativas que provocaba. “Es un comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Lucas 7, 34); “¿Por qué come con publicanos y pecadores?” (Marcos 2, 16); “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador” (Lucas 19, 7). No es imaginable pensar que los evangelistas hayan puesto de su propia cosecha esos comentarios sobre Jesús.
En la curación del paralítico y en la escena de la pecadora que entra a la casa de Simón (Marcos 2, 1-12; Lucas 7, 36-50), Jesús perdona los pecados, y también entonces la gente reacciona de manera negativa.
Pero Jesús no vacila. Él se muestra con autoridad divina para perdonar. Es lo mismo que ocurre cuando expone las parábolas de misericordia (Lucas 15). Jesús manifiesta la cercanía que el mismo Dios tiene hacia los pecadores.
Esto lo hace no sólo con lo que dice, sino también con sus gestos. Un signo particularmente expresivo es que Él come con publicanos y pecadores (Marcos 2, 13-17; Mateo 11, 19). Con eso lleva a su cumplimiento la profecía que decía que al fin de los tiempos Dios se sentaría a la mesa, en un banquete, con todos “los que no pueden pagar” (Isaías 55, 1).


Jesús corrige la Ley.

Jesús actúa como quien tiene autoridad sobre la Ley. En el sermón de la montaña, pronuncia varios oráculos en primera persona, proponiendo su propia palabra como superior a la Ley (Mateo 5, 21-43). Es algo que sólo Dios puede hacer.


Jesús frente al Templo.

Para los israelitas el Templo único significaba la unidad de Dios y la unidad del pueblo. Era la morada de Dios y el lugar donde se realizaba la remisión de los pecados por medio del culto.
Cuando Jesús dio vuelta las mesas de los cambistas, su gesto significó mucho más que oponerse al carácter material de los sacrificios, o a los abusos de los sacerdotes, o a los del comercio, o una protesta contra la exclusión de los gentiles. Su gesto simboliza la destrucción del Templo en vistas a su restauración.
Esto era algo que el pueblo esperaba que hiciera el mismo Dios. Él llegaría a santificar el Templo con su gloria, para lo cual renovaría radicalmente el culto.
Cuando Jesús amenaza destruir el Templo y reedificarlo, asume esa función de Dios. Expresa que han llegado los últimos tiempos, es decir, la destrucción del orden antiguo y el inicio del definitivo.


Jesús llama al seguimiento.

Jesús invita a dejarlo todo por seguirlo a Él.
En Mateo 16, 25, dice: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. La decisión de seguir a Jesús tiene consecuencias definitivas. Ganar o perder la vida depende de aceptar o rechazar a Jesús. El juicio final se define ante Él.

En Mateo 10, 37-38 y Lucas 14, 26-27, Jesús dice que el que no odia a su padre y a su madre no puede ser su discípulo, como tampoco el que no odia a su hijo. Agrega que el que no toma su cruz y lo sigue, no puede ser su discípulo. Por la rudeza y la radicalidad del discurso, no es pensable que los discípulos lo hayan puesto en boca de Jesús.
En realidad es un texto que no pretende ofender las relaciones familiares, sino que muestra que la relación con Jesús se juega a un nivel superior que los vínculos más sagrados de la vida humana. La obediencia a su llamada está por encima de los lazos humanos y religiosos.

En Mateo 8, 19-22 y Lucas 9, 57-60, Jesús afirma muy crudamente que nada debe ser antepuesto al seguimiento a Él, ni siquiera ir a enterrar a los muertos más queridos. Jesús exige una radicalidad para seguirlo totalmente nueva en comparación con las vocaciones proféticas. Él no promete nada, porque no tiene dónde reclinar la cabeza, pero exige un seguimiento que se antepone a los vínculos humanos más nobles.
Una vez más aparece que el juicio se realiza ante la persona de Jesús. La perfección no se centra en el cumplimiento de la Ley, sino en el seguimiento a Él.



Jesús y el Espíritu.

Jesús exorciza. En esa actividad suya de expulsar el mal de las personas se manifiesta su especial relación con el Espíritu.
En Lucas 11, 14-20; Mateo 9, 32-34; 12, 25-28; Marcos 3, 22-30, Jesús aparece expulsando demonios. La gente lo acusa de estar Él mismo poseído por un espíritu inmundo (Marcos 3, 22. 30), pero lo que hace Jesús es demostrar que en su persona ha llegado la plenitud de los tiempos. Dios se hace presente en Él de una manera nueva y definitiva. Quien sea testigo de ello y se niegue a reconocerlo, no tiene perdón.

Jesús se presenta como el Ungido por el Espíritu, que había sido anunciado en Isaías 61, 1. Él dice que con sus acciones ha llegado el tiempo definitivo, con sus exorcismos, curaciones, resurrecciones a los muertos y con el anuncio de la Buena Noticia a los pobres. Toda su autoridad radica en su comunión con el Espíritu de Dios.




Jesús y el Padre.

La autocomprensión de Jesús se expresa en su trato con Dios como Papá, Abbá. La paternidad de Dios no es un concepto muy desarrollado en el Antiguo Testamento. Allí, en pocos textos, aparece Dios como Padre del pueblo o del rey, y menos frecuentemente como Padre de una persona. En el ambiente más helenista se destaca la paternidad universal en estrecha dependencia con la teología de la creación (Isaías 1, 2-3; 63, 7-64; Oseas 11, 1-4). La paternidad expresa su bondad, providencia y protección. La cercanía de Dios se completa con algunos rasgos maternales (Deuteronomio 32, 6. 18; Oseas 11, 1-9; Isaías 49, 15; 66, 13).
Por eso es muy novedoso que Jesús llame a Dios con tanta familiaridad. Le dice Papá (Marcos 14, 36), un apelativo casi escandaloso, por ser demasiado cercano.
En Marcos 13, 32; 12, 5-6; Lucas 10, 22 y Mateo 11, 27, Jesús se presenta a sí mismo como el Hijo único de Dios.
Su relación única y exclusiva significa que sólo Él es mediador entre Dios y la humanidad.


Jesús y su muerte y resurrección.

El análisis de varios textos evangélicos (Mateo 16, 21; Marcos 8, 31; Lucas 9, 22) permite asegurar que Jesús previó su muerte violenta. En los relatos de la última cena se aprecia que Él da carácter salvífico a su muerte: muere por todos… para el perdón de los pecados… por nosotros (Marcos 14, 24; Mateo 26, 28; Lucas 22, 20).
Él ve su muerte como parte del plan de Dios y no como un puro accidente histórico. El que había vivido para los demás, sabe que morirá por los demás. El que había llevado una vida de amor a los pecadores, sabe que muere por ellos.
El que había obedecido siempre al Padre, muere en obediencia confiada a Él. Sostenido por su conciencia filial y su intimidad única con el Padre, se entrega confiado al sacrificio.


EL MENSAJE DE JESÚS


Muchos afirman que el mensaje central de Jesús es la llegada del reinado de Dios. Otros piensan que es la revelación de la paternidad de Dios. De acuerdo con el modo de comprender el reinado y la paternidad de Dios, ambas afirmaciones pueden armonizarse.

En apretada síntesis, es posible afirmar que la misma presencia de Jesús, con sus hechos y palabras, realiza y revela la impensable cercanía de Dios, que se revela como Padre (Abbá). Por tanto, se inaugura un nuevo modo de relacionarse con Dios y con los demás: el Reino. Así, el efecto de la paternidad de Dios es el reinado de Dios.

El mensaje de Jesús tiene un carácter escatológico, es decir, definitivo; porque no sólo anuncia lo que vendrá en el futuro (como hacen los profetas), sino que, en su propia persona, por medio de sus palabras y acciones, hace presente el Reinado y la paternidad de Dios. No hay nada más que esperar para el futuro, sino el pleno desarrollo de lo que ya se ha manifestado en Jesús.

La identificación entre Jesús y el reinado de Dios descansa sobre el hecho de que Jesús no sólo proclama la llegada de este reinado, sino que en él, que es el Hijo, el reinado de Dios se verifica plenamente. Para Jesús, Dios es efectivamente Abbá, es decir Papá; y, por tanto, en Jesús, Dios ya reina plenamente. Jesús es a la vez Mensajero y Mensaje; es el que anuncia el reinado y es el reinado en persona.



Conclusión.

Jesús se presentó a sí mismo como el Ungido, con el Espíritu del final de los tiempos y, por ello, poseedor de autoridad para perdonar los pecados (una función exclusiva de Dios). Esta autoridad la manifiesta no sólo cuando perdona pecados explícitamente, sino también en su cercanía con los pecadores, de modo particular en sus comidas.

En su actitud frente a la Ley, Jesús se revela como alguien que tiene soberanía sobre ella, con autoridad para abolir algunos mandatos o para hacer otros más estrictos. Hablando en primera persona y sin invocar ninguna otra autoridad, se presenta a sí mismo como quien está por sobre la Ley. Por otra parte, el gesto realizado por Jesús en el Templo muestra que Jesús se concebía a sí mismo como quien, de modo definitivo, actúa en nombre de Dios.

En algunos casos, Jesús llama al seguimiento de una manera tal que exige una muy novedosa radicalidad. Se sitúa a sí mismo por encima de las obligaciones humanas y religiosas más sagradas (como el deber de sepultar a los padres). Seguirlo o rechazarlo tiene consecuencias absolutas. Así es que el juicio definitivo, “ganar o perder la vida”, se realiza frente a la decisión de seguir o rechazar a Jesús.
Jesús es consciente de actuar con el Espíritu de Dios y que en sí mismo y por sí mismo se hacen presentes los tiempos finales. Se sabe el Hijo amado de Dios, sobre quien reposa el Espíritu de Dios. Su cercanía a los pobres manifiesta la cercanía de Dios Padre y es signo de la llegada de los tiempos definitivos.

Con sus palabras, Jesús se muestra como el Hijo que tiene una relación única con Dios, su Padre, a quien llama Abbá, es decir, Papá. Por ello distingue entre “mi Padre y vuestro Padre”.

Jesús enfrenta su muerte con conciencia del carácter salvífico que ella tiene. Su estrecha relación con Dios le hace enfrentar la crucifixión con confianza en el triunfo sobre la muerte, aunque sin disminuir en nada la lucha y el dolor que ella supone. Él concibió su vida y su muerte como un acto de entrega al Padre y a sus hermanos los hombres.

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