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lunes, 20 de julio de 2009

¬¬¬¬LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL DE JESÚS DE NAZARET

LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL DE JESÚS DE NAZARET

Teófilo Cabestrero cmf.


Sumario

Primera parte: En el Nuevo Testamento están las huellas de la experiencia espiritual de Jesús
Tres sugerencias para descubrir esas huellas en los escritos del Nuevo Testamento.


Segunda parte: Una mirada a la experiencia espiritual de Jesús en el Nuevo Testamento
El marco histórico en que Jesús vivió su experiencia espiritual.
La fuerza y el hilo que hilvanó la experiencia espiritual de Jesús, según algunos textos del Nuevo Testamento.


Tercera parte: Visión en síntesis de la experiencia espiritual de Jesús, según el Nuevo Testamento
Su apasionada entrega al anuncio y la práctica del Reino de Dios.
Su fidelidad a la condición humana: compasión redentora del sufrimiento.
La calidad de su amor y su libertad profética.
En su “experiencia espiritual”, Jesús nos transparenta a Dios.



Primera parte: Los escritos del Nuevo Testamento contienen la “experiencia espiritual” de Jesús de Nazaret

Los únicos escritos que dan acceso a las huellas de la “experiencia espiritual” de Jesús de Nazaret son los escritos del Nuevo Testamento. Sobre todo los Evangelios, que fueron escritos para que los cristianos y cristianas de las primeras comunidades conocieran y vivieran la misma “experiencia espiritual” de Jesús, para lo cual recibían el Espíritu en el bautismo (como lo recibimos nosotros en nuestro bautismo para la misma finalidad: conocer y vivir en nuestros días la experiencia espiritual de Jesús). Los Hechos y las Cartas de los Apóstoles, que completan con los Evangelios el Nuevo Testamento, ayudan también a conocer y vivir la espiritualidad de Jesús.


Tres sugerencias para encontrar las huellas de la “experiencia espiritual” de Jesús en los escritos del Nuevo Testamento

Primera sugerencia:

Los escritos del Nuevo Testamento reflejan la experiencia espiritual de Jesús mucho mejor que cualquier otro libro. Hay buenos libros de autores que explican los textos del Nuevo Testamento, de manera que ayudan a entenderlos. Pero el manantial es el Nuevo Testamento, ellos beben del manantial y nos llevan a beber de él. Y no todos los autores saben beber y comunicar limpias las aguas del Nuevo Testamento.

El Nuevo Testamento no se debe sustituir por escritos o visiones de personas o movimientos cuya espiritualidad no brote de una buena comprensión de los escritos del Nuevo Testamento, sino de otras ideas y sentimientos o experiencias. Y menos aún hay que sustituir el Nuevo Testamento por supuestas visiones o apariciones subjetivas de ciertas personas, aunque sean piadosas y con fama de santas.

Si las personas que asesoraron al director australiano de cine Mel Gibson para hacer su película “La Pasión de Cristo”, le hubieran orientado a basarse únicamente en los Evangelios, y le hubieran desaconsejado inspirarse en las visiones de una mujer... la película no acumularía tanta violencia física ni tanta sangre, y generaría más comunicación de la pasión por la vida que Jesús vivió y transmitió, por cuya causa sufrió pasión y muerte y resucitó.


Segunda sugerencia:

Leer una edición del Nuevo Testamento que ayude de tres maneras: 1º, con una buena traducción; 2º, con buenas introducciones a cada escrito del Nuevo Testamento; y 3º con buenas notas breves a cada texto.


Tercera sugerencia:

Son necesarias las buenas introducciones, notas y comentarios, porque al leer los textos no debemos preguntarnos: ¿Qué me dice a mí este texto? No. La primera pregunta debe ser: ¿Qué dijo este texto a aquellos primeros cristianos y cristianas para quienes lo escribió el autor? O sea: ¿qué significaba en aquel tiempo para aquellos primeros lectores, esto que cuenta el texto sobre Jesús y su entorno de entonces? Y para descubrir lo que todo eso significaba entonces, hemos de tomar en cuenta las costumbres y la mentalidad de entonces sobre lo que aparece en los textos, y sobre lo que hacía y decía Jesús.

Si descubrimos lo que significaba entonces para aquella gente, ya podremos preguntarnos qué nos dice y nos enseña y nos pide eso hoy a nosotros; qué debemos hacer y decir nosotros hoy, para actualizar lo que Jesús hizo y dijo entonces.

Un ejemplo: tomemos el texto del Evangelio de Juan sobre la curación en día sábado del ciego de nacimiento: quienes no conozcan cómo catalogaban social y religiosamente a un ciego de nacimiento (creían que era castigo de Dios por pecados de sus padres y que sólo Dios podía curarlo) y quienes no sepan que en sábado nadie debía curar a nadie, no podrán conocer la “experiencia espiritual” que vive Jesús al decidir y realizar esa curación en aquel ambiente y frente a los fariseos. Y tampoco conocerán la experiencia espiritual que Jesús despierta en el ciego de nacimiento haciéndole ver, ni la ceguera de los fariseos que Jesús denuncia en ese texto.

Lo mismo sucede con el texto de Juan sobre el encuentro y el diálogo de Jesús con la mujer samaritana “transformada” por la experiencia espiritual que Jesús le comunica. No se entiende, sin conocer la situación de la mujer en tiempos de Jesús, y sin saber la enemistad y el desprecio que se tenían judíos y samaritanos. Y esto sucede en cada texto del Nuevo Testamento. Por eso, la lectura de los escritos del Nuevo Testamento debe ser una lectura “contextualizada”; una lectura que toma en cuenta los contextos históricos (familiar, social, político, económico, cultural y religioso) en que vivió Jesús. Esto nos lleva a asomarnos ahora al Nuevo Testamento, para echar una mirada general a la “experiencia espiritual” de Jesús, comenzando por ubicar su espiritualidad en el contexto socio-religioso en que la vivió.



Segunda parte: Una mirada a la “experiencia espiritual” de Jesús en el Nuevo Testamento. El marco socio-religioso en que Jesús vivió su “experiencia espiritual”


En los escritos del Nuevo Testamento, se ve a Jesús enfrentando una alarmante crisis de la Religión oficial judía, que había olvidado la “experiencia espiritual” fundante de Israel como pueblo de Dios en el Éxodo de Egipto a la Tierra de promisión. Habían sustituido los códigos de vida en la misericordia y la “gracia” de la Alianza de Dios con su pueblo, por los códigos de una salvación por “méritos” en el cumplimiento de una Ley y una “Pureza legalista”. Y estos códigos excluían de la comunidad y de la salvación a numerosas categorías de personas tachadas de “imperfectas” o “impuras legalmente”, por razones de origen, de religión y cultura, de ignorancia, de enfermedad, de oficio o de sexo y edad.

Entre la espiritualidad original suscitada por el Espíritu de Dios en su pueblo Israel y la Religión oficial, se habían producido esas crisis, disfunciones y conflictos que pueden producirse entre las espiritualidades y las Religiones o Iglesias oficiales: por las disfunciones y perversiones o patologías de la Religión institucionalizada.

Y Jesús enfrentó esa crisis de la Religión oficial judía, con su propia “experiencia espiritual” que suscitaba y alimentaba en Él el Espíritu Santo. Frente a las disfunciones y a la perversión idolátrica de instituciones religiosas tan influyentes en la vida y en la muerte del pueblo como eran la Thorá (o Ley) y el Templo, que hacían “vivir en sombras de muerte” a grandes mayorías de gente, Jesús se sintió conmovido por el Espíritu y se embarcó en una “experiencia espiritual” radical, como definitivo profeta de la llegada del Reinado del Dios de vida para todos y todas, a fin de que Israel se salvara volviendo a la fe en el amor del Dios siempre fiel a la Alianza: conversión a la que tantas veces llamaron a Israel los profetas, en la “tradición espiritual profética” que Jesús radicalizaba movido por el mismo Espíritu del Dios Abbá (Padre maternal).

Los escritos del Nuevo Testamento “atestiguan” esa “experiencia espiritual” de Jesús, de vivir y morir cumpliendo su misión de Testigo y Servidor mayor del Reino de Dios y de su Espíritu de vida digna, justa, filial y fraterna. Hay que retener, pues, que Jesús vivió su “experiencia espiritual” (acción del Espíritu a través de su humanidad), reaccionando contra una gran crisis de la Religión oficial judía en su tiempo.



La fuerza y el hilo que hilvanó la “experiencia espiritual” de Jesús, según algunos textos del Nuevo Testamento


En el Nuevo Testamento se ve una gran insistencia en mostrar al Espíritu Santo como la luz y la fuerza que hilvanan toda la experiencia espiritual de Jesús. Y son Lucas y Juan quienes más claramente resaltan en sus escritos, esa estrechísima relación entre Jesús y el Espíritu que genera y mantiene viva en Jesús (el Hijo amado, ungido y enviado de Dios Padre) su singular “experiencia espiritual” desde la concepción hasta la resurrección y exaltación gloriosa, pasando por su pasión y muerte.

7 textos de Lucas, especialmente reveladores de esa “experiencia espiritual” mantenida en Jesús por el Espíritu, son:

1. Todo el “evangelio de la infancia” es como la “obertura” que anticipa la luz y la melodía de lo que será la “experiencia espiritual” de Jesús de Nazaret. Por eso en todos los escenarios de los tres primeros capítulos de Lucas, el Espíritu Santo llena a María y a José, a Isabel y a Zacarías y a Juan Bautista desde su nacimiento, y luego el Espíritu lleva a los pastores a adorar a Jesús Niño, y hace hablar a los ancianos Simeón y Ana para decir que se cumplen las promesas y anuncios proféticos de la venida del Mesías portador del Espíritu de vida nueva.

2. En el capítulo 3, la teofanía del Bautismo, en que Jesús es investido y proclamado Hijo muy amado de Dios Padre, ungido con la plenitud del Espíritu, enviado a cumplir la misión mesiánica con la fuerza del Espíritu de nueva vida generada por la novedad o Buena Nueva de la “experiencia espiritual” de Jesús.

3. El Espíritu lleva a Jesús al desierto a probar que es fiel a Dios con la luz y la fuerza del Espíritu. Ese desierto es el escenario simbólico en que los Evangelios sinópticos resumen y concentran esa dimensión de la “experiencia espiritual” de Jesús de enfrentar y vencer con su Espíritu de fidelidad las tentaciones de las tendencias negativas de la condición humana, que Jesús vivió como todos a lo largo de su vida y frente a la muerte. Él fue fiel a Dios siendo fiel a la condición humana, a base de no usar poderes divinos para ahorrarse sacrificios. Sufrió los límites y carencias de nuestra condición e integró positivamente en su “experiencia espiritual” las tendencias negativas de la condición humana, diciéndoles “no” y canalizando por las tendencias positivas el Espíritu, que es la fuerza del amor sin egoísmos, y, por tanto, con sacrificios. Dignificó así la condición humana, haciéndola fiel al amor de Dios a base de asumir sus límites y carencias, la incomodidad, la necesidad y la posibilidad de ser rechazado.

4 y 5. Dos textos muy importantes en plena práctica del Reino de Dios, son Lucas 10,1-24; y 11,14-20.

El primero (10,1-24) relata el envío en misión a los 72 discípulos y discípulas. Le entienden bien a Jesús, y, cuando regresan gozosos porque han hecho buena labor, dice Lucas que a Jesús el Espíritu le removió las entrañas de alegría hasta hacerle exclamar gozoso: “¡Gracias, Padre, porque revelas estas cosas a los pequeños y las ocultas a los que se creen grandes!”.

El segundo texto (11,14-20) relata que acusan a Jesús de endemoniado que cura con el poder del príncipe de los demonios, cuando Él sana la vida de los enfermos atormentados (creían que por los demonios). Y Jesús, con su fina ironía, les deja esta revelación para que mediten: “Dicen Uds. que yo expulso demonios con el poder del jefe de los demonios: se contradicen; pero fíjense que si yo expulso los males con el poder de Dios (que es su Espíritu de vida) esto es señal de que llegó a Uds. el Reino de Dios; piénsenlo”.

6. En Lucas (como en los tres sinópticos) toda la fidelidad a la Causa del Padre que hay en la entrega de Jesús al cumplimiento de su misión, aceptando el sufrimiento de su pasión y muerte, es una dimensión importante de su “experiencia espiritual”.

Es vivencia extrema del amor fiel al Padre y a la humanidad. Aparece en la escena de Getsemaní, cuando Jesús expresa su deseo de cumplir la voluntad del Padre por encima de su resistencia humana a sufrir ese género de muerte. Le llama Abbá: expresión de su intimidad confiada: “Padre bueno: si quieres, aleja de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya...” (22,42).

También en la cruz, al sentirse humanamente abandonado, se abandona Él (26,46): “Padre: en tus manos encomiendo mi espíritu”: toda su “experiencia espiritual”...

7. El libro de los Hechos de los Apóstoles (continuación del Evangelio de Lucas) se abre con la presencia de Jesús resucitado entre los discípulos, instruyéndolos sobre el Reino de Dios y prometiéndoles su Espíritu, para que tengan su misma “experiencia espiritual” y puedan ser sus testigos. Y Lucas narra la efusión del Espíritu sobre los discípulos y discípulas en Pentecostés (Hechos, capítulos 1 y 2).

Con otro género literario, el Evangelio de Juan profundiza en la relación entre el Espíritu y Jesús y en la promesa del Espíritu a los discípulos. En sucesivos encuentros y diálogos con diferentes personas (el fariseo Nicodemo, la mujer samaritana, el ciego de nacimiento, la multitud hambrienta y el amigo difunto Lázaro), Jesús comunica su “experiencia espiritual” de vida en plenitud a través de realidades que son símbolos de vida y del Espíritu vivificante: nuevo nacimiento, agua viva, luz, pan de vida y resurrección. Varios textos sugieren que Jesús atesora una experiencia fascinante del Espíritu de vida, su “experiencia espiritual” que Él desea comunicar a quienes quieran participar de ella.

Así, en la conversación con el fariseo Nicodemo (3,1-21) Jesús conoce el secreto proceder del Espíritu; sabe que, como “el viento, sopla donde quiere, oyes su rumor pero no sabes de dónde viene ni a dónde va”, pero, te hace “nacer de nuevo”. En hebreo, el Espíritu, Ruáh, es la ráfaga del viento húmedo portador de lluvia y vida; es del género femenino y tiene connotación maternal en referencia a la vida que sale de sí y se da, la vida que genera vida. El Espíritu es la presencia vivificante de Dios fuera de sí, la fecundidad del Amor absoluto que se da y produce vida. Y quien nace del agua y del Espíritu (bautismo) es “espiritual”: vive y procede libremente, como el viento que porta y comunica vida.

En el diálogo con la mujer samaritana que va al pozo a buscar agua, Jesús revela y comunica su “experiencia espiritual” como un pozo de agua viva que sacia la sed de vivir en plenitud que padecemos todos los humanos. En ese caso, la “experiencia espiritual” le permite a Jesús derribar las barreras que prohibían la comunicación hombre-mujer, judíos samaritanos y fieles-herejes. La “experiencia espiritual” de Jesús (amor sin barreras) transforma a la mujer samaritana. Y Jesús se revela como el profeta que vive y trae la “adoración a Dios en espíritu y en verdad” (4,1-26).

En el encuentro con el ciego de nacimiento, la “experiencia espiritual” de Jesús rompe también tabúes religiosos, y se hace luz de vida para el ciego (9,1-41).

Y en el discurso eucarístico a la multitud hambrienta, Jesús se declara “pan vivo para dar vida al mundo” dando su experiencia espiritual vivida humanamente: “El Espíritu es quien da la vida y las palabras que os digo son Espíritu y vida” (6,1-59).

Un texto culminante de Juan sobre la fecundidad de la “experiencia espiritual” que Jesús vive y ofrece a quienes crean en Él, sitúa a Jesús en Jerusalén en el día final de la fiesta judía de las tiendas, mientras se celebraba el rito de la fecundidad del agua para la siembra: “El último día, el más importante de la fiesta, Jesús, puesto en pie ante la muchedumbre, gritó: Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice la Escritura, de lo más profundo de quien crea en mí, brotarán ríos de agua viva. Decía esto por el Espíritu que recibirían quienes creyeran en Él” (7,37-39).

En la hora final, según Juan, cinco veces prometió Jesús a sus discípulos que les enviaría su Espíritu para que participaran de su “experiencia espiritual” y continuaran su estilo de vida y su misión siendo sus testigos fidedignos: los textos son 14,16-17; 14,25-26; 15,26-27; 16,7; y 16,12-15.



Tercera parte: Visión en síntesis de la “experiencia espiritual” de Jesús, según el Nuevo Testamento


Las mejores síntesis de la “experiencia espiritual” de Jesús de Nazaret, no son las que simplifican su experiencia reduciéndola a un listado de virtudes: la humildad de Jesús, su pobreza, su oración, su obediencia, su compasión, su amor al Padre, su amor al prójimo, su sacrificio, etc. Es verdad que Jesús practicó todo eso. Pero ese listado falsifica la experiencia espiritual de Jesús si no nos explica por qué, para qué y cómo fue Él humilde, pobre, oró, fue compasivo y amó y sufrió: por qué, para qué y cómo...

Las mejores síntesis tampoco son las que desintegran o fragmentan la persona de Jesús y su experiencia espiritual (que si la encarnación, su predicación, sus milagros, su pasión, su muerte, o cada una de sus diferentes vivencias) para que cada uno tome o se sirva a la carta la parte o la vivencia que más le guste, como si Jesús fuera un self service espiritual.

Las síntesis mejores de la experiencia espiritual de Jesús, las más verdaderas y eficaces, son las que nos sitúan en lo que fue central para Jesús en su experiencia espiritual histórica (encarnada en su humanidad), y nos llevan de lo exterior y visible que Él vivió, a lo invisible de su interioridad hondísima y fecunda con la fecundidad vivificante de su Espíritu que lo unió y le une a Él amorosamente a Dios Padre y a todos los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas.

Según eso, subrayo los núcleos que, en los testimonios del Nuevo Testamento, mejor definen la “experiencia espiritual” de Jesús de Nazaret, porque son lo más central y nuclear de su “experiencia espiritual” o su espiritualidad.



Su apasionada entrega al anuncio y la práctica del Reino de Dios


Como rasgo más central y nuclear, sobresale en el Nuevo Testamento, el hecho de que todo lo que es anuncio y práctica del Reino de Dios con su novedad de vida, le apasiona a Jesús y constituye el cauce histórico por el que se derrama el torrente de amor que le arrastra a Él en su entrega gozosa y doliente hasta la muerte y la resurrección.

El anuncio y la práctica del Reino, con la fuerza del amor del Espíritu, es la gran mediación histórica de toda la trascendencia de Jesús de Nazaret, lo que más le apasiona a Jesús, porque da sentido a su vida y a la entrega de su vida para que todos y todas tengan vida filial y fraterna, digna, justa y feliz.

En ese anuncio y práctica del Reino, centra el Espíritu la relación filial de Jesús con su Dios Abbá; relación de amorosa obediencia a su amor y a su causa, lo cual fundamenta la autoestima de Jesús.

Y en ese anuncio y práctica del Reino de vida en la misericordia y la justicia, realiza también Jesús su fidelidad a la condición humana de su humanidad personal y de todos los hombres y mujeres con quienes Jesús comparte fraternalmente la condición humana, como Hermano Mayor y Redentor.

Yendo de lo visible al interior de la experiencia espiritual de Jesús, su anuncio y su práctica del Reino nos hacen intuir el insondable misterio de su entrañable y singular relación con su Dios Abbá y con el Espíritu. Los frecuentaba y contaba con ellos en todo y para todo, ya que Ellos son el manantial del torrente de amor y fidelidad de Jesús a Ellos, a su Proyecto y misión, y a la condición humana en Él mismo y en cada persona humana.



Su fidelidad a la condición humana: compasión redentora del sufrimiento


Es impresionante lo en serio que se toma Jesús la fidelidad a la condición humana, cargando con ella sin privilegios, para beneficiar a todo ser humano. Para ello libera su propia condición humana existencialmente y con alcance solidario de los efectos de sus tendencias negativas; no la libera de las tendencias negativas o tentaciones, sino de sus efectos destructivos, venciendo esas tentaciones. Y le imprime a la condición humana que Él vive, el dinamismo vivificante del Espíritu de amor sin egoísmos, que enriquece enormemente las potencialidades más hondas y positivas del ser humano, haciéndolo más vivo y humano.

Viviendo la condición humana como la vivió Jesús, queda revelado en la historia, de manera concreta y cotidiana, cuánto ama el Dios de Jesús a cada ser humano. Hay que valorar ahí la sensibilidad de Jesús para con el sufrimiento humano. Valorar el hecho de que “la primera mirada de Jesús no se dirigía al pecado de los otros, sino a su sufrimiento”; y el hecho de que “pecado era ante todo para Jesús, el negarse a tener compasión ante el sufrimiento de los otros” (expresiones muy certeras del teólogo alemán J. B. Metz). Esto marca las relaciones personales de Jesús con todas las víctimas, y también con los victimarios y con cualquier tipo de complicidad, sea de estructuras, leyes, costumbres, instituciones y colectivos o personas.



La calidad de su amor y su libertad profética


La gran calidad del amor de Jesús se ve en todo su proceder, en sus relaciones, en sus convicciones más hondas y en sus más pequeños detalles; en sus sentimientos, en sus acciones, en sus palabras, en su alegría y en sus sufrimientos.

Se trata de un amor que no excluye a nadie; que incluye a todos, “buenos y malos”; también incluye a los “enemigos”; pero, que ama primero a los últimos, a los desvalidos y marginados, a los descarriados y perdidos, a los más pequeños y desdichados. Un amor que incluye a los excluidos y pecadores sin pedirles cuentas, ni exigirles méritos. Un amor que agracia a los desgraciados, aprecia a los despreciados, busca y encuentra a los extraviados y a los perdidos, revaloriza a los desvalorizados, favorece a los desfavorecidos y dignifica a los indignos. Un amor que busca siempre servir, sin servirse nunca de nada, ni de nadie, para sí mismo; y busca el servicio sin rehuir el sacrificio, y sin reservarse nada, porque todo lo que tiene y es, Él lo comparte.

Ese amor es la fuente limpia e inagotable de un par de cualidades muy relacionadas entre sí en la “experiencia espiritual” de Jesús de Nazaret: su libertad profética, y el equilibrio con que Jesús vive su profunda alegría y el dolor más hondo.

En su libertad profética, creo que hay que subrayar que el anuncio y la práctica del Reino de Dios que lleva a cabo Jesús son, por sí mismas, la crítica profética que más fuertemente sacude los cimientos de la Religión deshumanizada y deshumanizante que esclavizaba y hacía sufrir al pueblo.

Hay que tomar nota también de que, con su enseñanza y su práctica del Reino en un tiempo y una sociedad sobrecargada de Religión oficial deshumanizada, Jesús sitúa la relación de fe y amor con Dios en la vida cotidiana humanizada y llena de espíritu fraternal, en relaciones de amor, justicia y paz de todos y todas con todos como hermanos y hermanas, en favor de la vida de todos y de todo lo que debe vivir.

Esa libertad profética lleva a Jesús a dar vida y dignidad, rostro y nombre, a quienes eran “nadie”: a los sin vida, sin presencia, sin rostro y sin nombre: a “los que yacen en sombras de muerte”. El buscar Jesús a esa gente, el andar con esa gente despreciada y sentarse a comer con ellos, los trae al primer plano del Reino de Dios trayéndolos a la actualidad común de la vida y de la historia. Así nos lo cuentan los Evangelios. Las personas olvidadas, innominadas y excluidas, inexistentes, vienen a ser en Jesús por su práctica del Reino, las más importantes para Dios. Y el querer dar vida a esas personas, haciendo evidente y tomando en serio su situación de no-vida, su condición de olvidados, lleva a Jesús a una muerte en la que da su vida como verdad mayor de su amor vivificante.

Se comprende en todo eso, que la trascendencia de la “experiencia espiritual”, alcanza en Jesús la novedad y la originalidad de lo que Leonardo Boff llama “transdescendencia”. Es decir: Jesús se trasciende yendo hacia lo más bajo de sociedad y de la historia humana, y humillándose por eso hasta la muerte en cruz. Espiritualidad de la profecía y del martirio: lo silencian por dar nombre y voz a los olvidados de la historia. Es una dimensión importantísima de la “experiencia espiritual” de Jesús: lo que San Pablo llama en griego la “kénosis” solidaria o solidaridad de Jesús con los de abajo, con las víctimas, “para que todos tengan vida”.

Solo esa calidad de amor explica y hace comprender el equilibrio con que la espiritualidad de Jesús integra en su persona su profunda alegría y su dolor más hondo. El dolor más hondo y la alegría más profunda, coexisten en la “experiencia espiritual” de Jesús.


PAUTA DE LECTURA

¿Qué fue lo más central para Jesús en su experiencia espiritual histórica? ¿Qué es lo que permite explicar por qué, para qué y cómo vivió?

¿Qué papel juega el Reino de Dios en la experiencia espiritual de Jesús?

¿Qué se intuye de su relación con el Padre y con el Espíritu a partir de su dedicación al Reino de Dios?

¿Cuál es la actitud que tiene Jesús ante la condición humana? ¿Qué revela con ello?

¿Cuál es la relación entre amor y libertad en la experiencia de Jesús?

¿Cuál es la relación entre amor y solidaridad en la experiencia de Jesús?

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