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lunes, 6 de julio de 2009

3.1. Espiritualidad desde Abajo

3ª Jornada - 23 de junio 2007

3. "Si quieres conocer a Dios - conócete a tí mismo"

Autoconocimiento. Integración de lo Negativo. Crisis y Fracaso. Transformación.

Objetivo:

Se trata de abrirnos a una relación personal con Dios en el punto preciso en que se agotan y cierran todas las posibilidades humanas. Queremos descubrir que "la auténtica oración brota de las profundidades de nuestras miserias y no de las cumbres de nuestras virtudes".

3.1. Espiritualidad desde abajo

La espiritualidad que nos ofrece la teología moralizante de los tiempos más recientes parte desde arriba. Ella nos presenta altos ideales, que hemos de alcanzar. Tales ideales son: el total desprendimiento, el dominio de sí mismo, la constante amabilidad, el amor desinteresado, el estar libre de todo enojo y la superación de la sexualidad. (...) La espiritualidad desde arriba con demasiada frecuencia nos lleva a que saltemos por encima de nuestra propia realidad. Nos identificamos tanto con el ideal, que olvidamos nuestras propias debilidades y limitaciones, porque no responden a ese ideal. Esto produce una división o separación, pone a uno enfermo y, no pocas veces, se revela en nosotros en la separación entre el ideal y la realidad. Porque no podemos admitir que no respondemos al ideal, proyectamos sobre los demás nuestra impotencia. Y nos hacemos duros con ellos. (...)
Los padres del desierto nos enseñan una espiritualidad desde abajo. Ellos nos indican que hemos de comenzar por nosotros mismos y nuestras pasiones. El camino hacia Dios, según ellos, está siempre basado en el conocimiento de sí mismo. Evagrio Póntico lo formula así: “¿Quieres conocer a Dios? Aprende antes conocerte a ti mismo”. Sin este conocimiento estamos siempre en peligro de que nuestra idea de Dios sea una pura proyección de nosotros mismos.
Hay personas que se refugian en la religión y la piedad. A pesar de su oración y de su piedad, no cambian, sino que se sirven de la piedad para elevarse sobre los demás, para afirmarse más en su impecabilidad, en su incapacidad de cometer faltas.
En los padres del monacato encontramos un estilo totalmente distinto de piedad. Aquí lo primero que se pide es honestidad y autenticidad. (...) Poimén, un experimentado padre antiguo, explica a un gran teólogo la espiritualidad desde abajo. El famoso teólogo viene a hablar con el anciano sobre la vida espiritual, sobre cosas del cielo, sobre el Dios uno y trino. Poimén le escucha sin responder nada. Decepcionado, el teólogo se disponía a retirarse, cuando un acompañante suyo se acerca a abba Poimén y le dice: “Padre, este gran hombre, que en su entorno tiene tanto prestigio, viene expresamente para hablar con usted. ¿Porqué no le ha hablado?” “El está en la alturas y habla de cosas celestiales; yo, en cambio pertenezco a los de abajo y trato de cosas terrenas. Si él hubiera hablado de las pasiones del alma, yo le habría contestado muy gustosamente. Pero como me habla de cosas espirituales, yo de eso no entiendo.” (Apo, 582). (...)
De abba Antonio nos han llegado estas palabras: “Si ves que un joven monje se esfuerza en llegar al cielo por su propia voluntad, agárrale fuertemente de los pies y tira para abajo, porque eso no le sirve de nada”.
Los americanos denominan al camino de estos voladores “spiritual bypassing”, esto es: reducción (atajo) espiritual. Es peligroso servirnos de la meditación para apartar de nosotros problemas que, en realidad, tendríamos que resolver, problemas de nuestra sexualidad y de nuestra agresividad reprimidas, de nuestros miedos, etc. (...)

San Benito describe esta espiritualidad desde abajo en un capítulo sobre la humildad, sobre la “humilitas”. Él toma la escala de Jacob (Gn 28, 12 ss ) como modelo para nuestro camino hacia Dios. La paradoja está en que subimos a Dios cuando bajamos a nuestra realidad. Así entiende él las palabras de Jesús: “El que se humilla será ensalzado” Lc 14, 11; 18, 14).
A través de ese descender a nuestra condición de tierra (humus-humilitas) entramos nosotros en contacto con el cielo, con Dios. En la medida que encontramos valor para descender a nuestras propias pasiones (“pecado raíz”), en esa misma medida ellas nos elevan hacia Dios. Por este motivo la humildad fue tan alabada por los padres, ya que ella es el camino hacia Dios, el camino sobre la propia realidad hacia el verdadero Dios. Los entusiastas del cielo reflejan y encuentran sólo su propia imagen de Dios, su propia proyección. Isaac de Nínive se sirvió repetidas veces de la imagen de la escala de Jacob como modelo de elevación a Dios a través del descender nosotros: “Esfuérzate por entrar en la cámara del tesoro, que está en tu interior, y así verás lo celestial, pues esto y aquello son una misma cosa. A través de ese entrar, contemplarás ambas realidades. La escala para subir al reino de los cielos está en lo escondido de tu alma. Sal de tus pecados, sumérgete en ti mismo, y encontrarás allí la escala por la que podrás subir”. A través de los pecados, hemos de bajar a nuestro fondo más profundo. Desde allí podremos subir hasta Dios. Amma Theodora dice: “Ni la ascesis, ni las vigilias, ni ningún trabajo laborioso otorga la salvación, sino la verdadera humildad ... ¡La humildad es la vencedora de los demonios!” (...)
“Tu caída, dice el profeta (Jer 2, 19), será la que te eduque” (Doroteo de Gaza) Cuando hemos caído, cuando nos hemos apartado de Dios, entonces aprendemos una lección que no nos pueden enseñar nuestras virtudes. (conf. Lc 15, 11 ss ) Precisamente donde nos encontramos con nuestra impotencia, allí es donde nos vemos abiertos a Dios. Dios nos forma precisamente a través de nuestros errores, de nuestros defectos. (...) Callar y no juzgar (55)
El que por la ascesis se ha encontrado consigo mismo, el que ha sabido permanecer en su celda (consigo mismo) cuando llega la dificultad, éste no juzga a los demás. Por eso tantos dichos de los padres insisten en permanecer consigo mismo, en confrontarse con su propia verdad y no juzgar a nadie.
Abba Poimén pidió al anciano padre José: “Dígame cómo puedo hacerme monje”. Él le respondió: “Si quieres encontrar siempre reposo, has de decirte a ti mismo muchas veces: “Yo, ¿quién soy yo? y no juzgar a nadie”.
A un padre anciano le preguntó, en cierta ocasión, un hermano: “¿Por qué juzgo yo con tanta frecuencia a mi hermano?” Y él le respondió: “Porque todavía no te conoces a ti mismo. El que se conoce a sí mismo no ve las faltas de los hermanos”. "No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos. ¿Cómo es que ves la paja en el ojo de tu hermano si no adviertes la viga en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Deja que saque la paja de tu ojo, teniendo una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, quita primero la viga de tu ojo, y entonces verás para quitar la paja del ojo de tu hermano". Mt 7, 1 - 5)

El juzgar a otros es siempre señal de que uno no se ha encontrado consigo mismo. Dice abba Moisés: “Cuando uno lleva sus pecados, no mira a los del prójimo”.
El no juzgar es una ayuda para encontrar la paz interior. Si dejamos de juzgar a otros, esto nos hace bien a nosotros mismos.
Un hermano le preguntó a abba Poimén: “Padre, ¿qué debo hacer, pues me siento decaído por la tristeza?” El anciano le contestó: “No menosprecies a nadie, no le juzgues, no difames a nadie, y el Señor te dará descanso”.
Dejemos que los demás sean lo que son y, de este modo, podremos serlo nosotros también. (...)
... al regañar a otros, revelamos lo que hay en nosotros mismos; proyectamos sobre los demás nuestro propio lado oscuro, nuestros deseos e instintos reprimidos, y, en vez de poner delante de nuestros ojos nuestra propia realidad, les increpamos a ellos. Los monjes nos aconsejan que dejemos este mecanismo de proyección y que procuremos callar. El silencio es para ellos una ayuda contra esta proyección y para ver, en el comportamiento de los demás, un espejo para nosotros mismos.

"Estamos aquí, porque no hay ningún refugio donde escondernos de nosotros mismos. Hasta cuando una persona no se mira a sí misma en los ojos y en el corazón de los demás, escapa. Hasta que no permite a los otros compartir sus secretos, no descansará de estos. Temeroso de ser conocido, no puede conocerse a sí mismo, ni a los otros; estará solo.
¿Dónde más, sino en nuestros puntos comunes podemos encontrar un mejor espejo?
Aquí juntos, una persona puede al fin manifestarse claramente a sí misma, no como el gigante de sus sueños, no como el enano de sus temores, sino como un hombre y una mujer parte de un todo con su contribución para ofrecer.
Sobre este terreno todos podemos echar raíces y crecer. No mas solos como la muerte, sino vivos para nosotros mismos y para los demás. ¡Gracias! Sólo tú puedes hacerlo, pero no solo. Si quieres algo pídelo, los demás son importantes." (Un Alcohólico Anónimo)


3.2. Transformación

Cuenta la historia que un día el abad Lot fue a ver al abad José y le dijo: “Padre, en lo que puedo, observo una regla sencilla, hago pequeños ayunos, practico algo de oración y meditación, guardo silencio y en la medida de lo posible, procuro mantener limpio mi pensamiento. ¿Qué más debería hacer?
El viejo monje se puso en pie, alzó las manos hacia el cielo, y sus dedos se convertieron en diez antorchas llameantes. Entonces dijo: “¿¡Por qué no te transformas en fuego!?”

Transformación es algo distinto al cambio, pues en el cambio hay algo de violencia, en tanto que en la transformación el proceso es más sueve. Se creemos que debemos cambiar constantemente, es porque en el fondo tenemos la sensación de que no somos buenos, de que debemos ser distintos, de que es necesario formarnos de otro modo.
Por otra parte, transformarnos significa que todo puede continuar, que es bueno y tiene su sentido, que mis padecimientos y enfermedades también tienen su valor aunque, de vez en cuando, me tiranicen.
Transformación significa que lo verdadero debe abrirse paso a través de lo inauténtico, y lo auténtico, a través de las apariencias. Las flaquezas claman por un bien pleno; nos alertan de que hay algo latente en nosotros pero aún no lo hemos develado. Cuando lleguemos a transformarnos descubriremos, precisamente a través de nuestras flaquezas y enfermedades, una nueva calidad de vida, una vitalidad y autenticidad.
En cada Eucaristía celebramos la transformación de nuestra vida. En los dones del pan y del vino, nos ofrecemos a Dios con todos nuestros desgarramientos; con todo lo que nos agota y tortura; con nuestros pensamientos y sentimientos; con nuestras nececidades y debilidades; con nuestro conciente e inconciente. Y confiamos que Dios acepte nuestros dones y los transforme y que, mediante las repetidas celebraciones eucarísticas, se vaya transformando, de a poco, imperceptiblemente, así como en la artesa la levadura fermenta la harina transformándola en un alimento agradable.

La Vida interior como camino de transformación.
La vida espiritual no es una tarea que estamos obligados a realizar, sino un camino interior que debiera transformarnos siempre. En la vida espiritual, nos abandonamos en el Dios que da la vida, quien quiere desarrollar en nosotros su vida divina por medio de transformaciones constantes.
La transformación interior se desarrolla en forma de espiral, (...). No es un camino de mano única, por el que podemos continuar avanzando, sino que es un sendero en forma de espiral, que parece regresar siempre al punto de partida, para volver a reiniciarse con nueva fuerza. Jesús ha descrito este proceso de transformación interior en lagunas parábolas. Como la del grano de mostaza que crece lentamente para transformarse en arbusto. Por largo tiempo nada notamos sobre su transformación. Pero de pronto a los ojos de los demás nos hemos convertido en un árbol, en el que ellos pueden apoyarse, y bajo cuya sombra experimentan seguridad y reposo. Jesús compara nuestra vida de fe, también con una mujer que coloca la levadura en una artesa de harina hasta que fermenta toda la masa. Del mismo modo, el Espíritu Santo de Dios quiere penetrar siempre más la harina de nuestra vida hasta fermentarlo todo y transformarlo.
La expresión bíblica para expresar la transformación es la metanoia, que indica cambio, conversión. La palabra griega metanoia significa cambiar el modo de pensar. Cuando pensamos de otro modo, cuando orientamos nuestros pensamientos en otra dirección, se transforma toda nuestra existencia. Por medio de un nuevo modo de pensar, el hombre se renueva. Dar vuelta significa tener a la vista otro camino para andar, otro camino que emprender con un cambio de dirección. Cambiar es el núcleo central de la transformación. Cambiar, dar a su vida un cambio, transforma al hombre. Invertir la marcha supone que hemos ido por un camino equivocado. Muchas veces, el camino equivocado. Muchas veces, el cambio equivocado o el rodeo son una condición para llegar a la verdadera transformación.
El camino para la transformación del cristiano no es un camino lineal, de constante subida. Conoce muchas curvas, tiene subidas y bajadas, hay avances y retrocesos. Quien lo observe más de cerca verá cómo, en este proceso de transformación, el pecado tiene una implicancia especial. Puede servir de aliciente para que el hombre se acerque más a Dios. Puede sacar al hombre de su falsa seguridad y conducirlo a un saludable reconocimiento de su realidad; puede desbaratarle las ilusiones que se había hecho de si mismo, y despertarle un verdadero anhelo por el bien que ha descuidado.
Si queremos cambiar la dirección, es preciso que antes aceptemos haber equivocado el camino. Debemos reconocer nuestros pecados; entonces, podrán ser la “feliz culpa” a la que se refiere el pregón pascual en la Vigilia Pascual.
El camino de la transformación de la vida espiritual pasa, sobre todo, por la oración y la meditación. En la meditación, tal como la han entendido los monjes del pasado, no se trata de reflexionar sobre alguna palabra sacada de la Escritura, sino de dejarse transformar cada vez más y más por la Palabra. Al repetir una palabra de la Escritura y unirla al ritmo de la respiración, Dios nos transforma, estando presente y activo en nosotros. La palabra, según los antiguos, no es sólo portadora de información, sino también de fuerza. Siempre es una palabra eficaz la que Dios nos dirige. Mientras reflexionamos la Palabra, dejamos que Dios mismo obre en nosotros. La palabra obra lo que expresa. Es como una espada de doble filo que corta en nostros las nudosidades interiores. Con eso Dios cambia nuestro modo de pensar. Nos proporciona nuevos pensamientos, un cambio en el modo de pensar, una metanoia.

3.3. ¿Fracasaste? - ¡Esta es tu oportunidad! A propósito de Jn 21

Señor, estoy sentado en mi barca y no la puedo dejar.
No puedo levantarme, sólo porque tu me llamas.
No puedo saltar al agua para nadar contra la corriente a tu encuentro.
Estoy cansado, demasiado cansado.
Pongo mi máscara delante de mis ojos y oídos,
oculto mi rostro delante de Ti.
Estoy demasiado cansado, todavía deshecho
de aquella noche junto al bracero.
Recuerdos arden en mi,
aquel fuego en la noche,
en aquella noche en que todo se quebró:
mi esperanza de vivir,
la certeza sobre mi camino,
mi vocación, vocación de ser pescador de hombres para Ti.
Aquella vez, en aquella noche
en que todo me cubrió como algo oscuro, amenazante, espantoso,
en aquella noche arrojé mi manto al fuego,
mi rol, mi dignidad,
mi futuro.
Me maldecía a mí mismo,
me tiré al suelo
y lloré amargamente.
Las voces de los esclavos y de las sirvientas en mí habían vencido.
En aquella noche no me alcanzó tu mirada de amor,
se perdió bajo los escombros de mi vocación.
Sólo el gallo cantó,
una vez, dos veces,
burlón, irónico, estridente, penetrante.
Me despierta por mis pecados y mi fracaso,
Soy un fracasado.
Desde aquella noche me despierta cada mañana de nuevo.
Su canto retumba en mi oído,
me perfora el corazón
y confirma cada día de nuevo:
eres un fracasado,
traicionaste tu vida,
no has sido fiel.

Todo este tiempo,
desde aquella noche hasta esta mañana en el lago, en que Tu estabas a la orilla ...
esta mañana en que Tu me buscabas ...
todo este tiempo era la continuación de la noche,
era oscuridad y abandono,
duelo y dolor,
desesperación y resignación.
Desanimado me encontraba en la orilla de mi vida cotidiana.
¿Qué hacer?
¿Salir a pescar?
¿Retomar el trabajo que hacía antes de encontrarme contigo?
No podía.
¿Cómo olvidar que tu me habías seducido?
¿Cómo olvidarte a Ti?
Pero mis sentimientos de culpa me hacían malas jugadas,
me alejaban de Ti,
escondí mi rostro,
huí al desierto,
me escondí en el roquerío de mi culpa.
Pero Tu me buscabas.
Cada día de nuevo tu ponías en mi corazón una canción de amor:
“Con amor eterno te he amado,
te he sido fiel todo este tiempo ...”
Tu me seguiste al desierto,
me buscabas en los caminos polvorientos de lo cotidiano
y me viste en la barca de mi culpa y mi impotencia.
No tengo nada que ofrecerte.
No he pescado nada en todo este tiempo.
Mis manos están vacías.
¿Si tengo algo que me alimenta?
¿Si tengo algo que te alimenta?

Mi anhelo, Señor,
mi anhelo de sanación, de perdón, de amor,
mi anhelo de poder comenzar de nuevo.

Ven, Señor,
quita la máscara de mi rostro,
quita la vergüenza de mi cara,
quita las ataduras del pasado,
quita los sentimientos de culpa de mi fracaso,
quita la angustia de no tener futuro.

Dame, Señor, la gracia de la confianza,
dame la certeza de que tu me miras,
en lo profundo de mi corazón quiero escuchar tu palabra y creer en ella:
Con amor eterno te he amado.
Perpetuamente te soy fiel.
No has fracasado.
Tenías que pasar por la noche de la crisis.
Tenía que ser así.
¡Acéptalo!
Es mi voluntad, es mi camino para ti.
¡Levántate!

3.4. "Si quieres conocer a Dios - conócete a tí mismo"
Autoconocimiento.

"Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará." (Mt 6, 6)

Padres y madres del Desierto: Sobre los ocho pensamientos (tb. vicios, tentaciones o demonios)

“Ocho son, en suma, los pensamientos que engendran todo vicio: en ellos se contiene cualquier otro pensamiento: el primero es el de la gula y tras él, el de la fornicación; el tercero es el de la avaricia; el cuarto, el de la tristeza; el quinto es el de la cólera; el sexto, el de la acedia; el séptimo es el de la vanagloria y el octavo, el del orgullo. Ahora bien, que todos estos pensamientos turben el alma o no lo turben, no depende de nosotros, pero que se detengan o no se detengan, o que exciten las pasiones o no las exciten, de nosotros depende.”

1.- El pensamiento de la gula

“El pensamiento de la gula sugiere al monje el rápido abandono de su ascesis; representándole en su imaginación el estado su estómago, su higado, su bazo y su hidropesía, una grave enfermedad, la escasez de lo necesario y la falta de médicos. A menudo le hace acordarse también de algunos hermanos que han caido en estas enfermedades. Pero además, a veces persuade a aquellos mismos enfermos para que se dirijan a los que practican la templanza y les cuenten sus sufrimientos, como si éstos les acaeciesen a consecuencia de la ascesis”.

El demonio de la gula no tienta aquí en el punto de comer desmedidamente. Presenta tan sólo motivos aparentemente razonables que argumentan contra el ayuno. El demonio es demasiado sutil como para tentar con un vicio tan primitivo como el de la gula. Su método es el de racionalizar. Fundamentos razonables ocultan necesidades y deseos que hay detrás. Así el demonio se esconde detrás de la razón para no tener que presentarse ante el monje abiertamente como nocivo y malo. Evagrio ha penetrado claramente este mecanismo de la racionalización.

2.- El pensamiento de la lujuria

“El demonio de la lujuria induce a desear cuerpos atrayentes y arremete violentamente contra los que practican la continencia, a fin de hacerles desisitir, persuadidos de no conseguir nada así, e infectando el alma, la inclina a aquellos actos deshonrosos. Le hace decir ciertas palabras y, a su vez, escucharlas como si el objeto estuviera visible y presente."

El demonio de la lujuria actúa sobre todo en la fantasía a la que llena de imágenes y pensamientos impuros y de esta manera oscurece el entendimiento. Ataca al monje de repente como viniendo de un cielo tranquilo y despierta en poco tiempo una fuerte pasión. Especialmente tienta al monje durante la noche. Sobre esto Evagrio dice algunas veces que el demonio de la lujuria afecta directamente al cuerpo y lo conduce a la combustión.

3.- El pensamiento de la avaricia (codicia)

“La avaricia sugiere (al monje) una larga ancianidad, la incapacidad de las manos para el trabajo, el hambre que puede padecer, las enfermedades que sobrevendrán y las penalidades de la pobreza, así como lo vergonzoso de tener que recibir de otros lo necesario para uno mismo.”

Tampoco aquí presenta el demonio el deseo de una manera directa sino que pone como excusa diversos motivos y razones contra la pobreza y la prodigalidad. No incitan los demonios los instintos sino que combaten los resortes que los pueden dominar al describirse y representar los peligros que pueden venir. Los pensamientos que el demonio de la avaricia sugiere producen angustia y pusilanimidad, privan del empuje interior para reprimir los impulsos y llevarlos por buen camino. Como no se ve ninguna motivación para esforzarse o reprimirse se cae inconscientemente en el vicio de la avaricia. Se es víctima derrotada del demonio de la avaricia porque están corroídos los fundamentos para luchar contra los impulsos que llevan a ella. Quien haya tratado a un drogadicto y oído sus argumentos comprueba la exactitud de las observaciones de Evagrio. También aquí para justificarse, se ponen en cuestión, con aparentes fundamentos razonables, los verdaderos motivos. Pero, en realidad, tras esos fundamentos yace la infantil necesidad de poseer cada vez más. Porque no se ha aprendido de niño a renunciar y a adaptarse a la realidad, se ve uno dominado por el impulso o, como dice Evagrio, puesto en jaque por el demonio de la codicia. Según Freud es imprescindible para adaptase a l arealidad un cierto rechazo del instinto.

4.- El pensamiento de la tristeza

“La tristeza, unas veces sobreviene por la frustración de los deseos, otras acompañada de la cólera. Por frustración de los deseos sobreviene así: ciertos pensamientos, anticipándose, conducen al alma al recuerdo del hogar, de los padres y del anterior modo de vida. Y, cuando observan que el alma no les opone resistencia, sino que se disipa en los placeres interiormente, entonces, apoderándose de ella, la sumergen en la tristeza, puesto que las cosas de tiempos pasados ya no existen ni en adelante pueden existir, a causa de la vida ahora emprendida. Y el alma infeliz cuanto más dilata estaba con los primeros pensamientos, tanto más abatida y humillada está con los segundos.”

La última causa de la tristeza es para Evagrio una dependencia exagerada del mundo:

“Quien ama al mundo sufrirá muchas tristezas; pero quien desprecia las cosas de este mundo encontrará alegría en todo”.

Si en la vida se tiene grandes deseos, fácilmente se tiene decepciones y se cae en la tristeza. La tristeza estrecha el corazón humano, lo estrangula, mientras que la alegría lo amplía. Típico de la tristeza es también la dependencia del pasado. En él todo era mejor y más bello. La mirada hacia el pasado nos hace ciegos para el presente. No nos colocamos en la realidad sino huimos al mundo de apariencias de un pasado idealizado. Y tan pronto como hay que confrontarse con el presente nos enterramos en la tristeza. No nos dejemos en absoluto engañar por esto.

“La tristeza debilita el entendimiento que observa. Ningún rayo de sol atraviesa la profundidad de las aguas y la claridad de la luz no ilumina al corazón entenebrecido”.

5.- El pensamiento de la cólera

“La cólera es una pasión muy precipitada; se dice que es una erupción de la parte irascible (del alma) y un movimiento contra el que no ha agraviado o parece haberlo hecho; exaspera al alma durante todo el día, pero sobre todo subyuga al intelecto durante las oraciones, representándole el rostro del que le ha contristado. A veces, cuando se prolonga, se transforma en rabia y provoca durante la noche perturbaciones, con debilitación del cuerpo, palidez y ataques repentinos de bestias venenosas. Estos cuatro signos que siguen a la rabia se los puede encontrar acompañando a numerosos pensamientos.”

La colera (ira) oscurece el espíritu del hombre y le priva de su claridad.

“Los pensamientos de un airado son crías de víboras venenosas y devoran el corazón que les ha dado vida”.

Las emociones vehementes sacan al hombre de sí y no le dejan ningún pensamiento. Obran morbosamente en el alma porque mediante estas emociones el inconsciente negativo con todas sus imágenes angustiosas, entra en la conciencia y le arrebata su señorío. El hombre queda abandonado a su afecto de tal modo que es manipulado y se deja arrastrar sobre todo a la venganza. Si no es posible la venganza se convierte en rencor, en un estado de ánimo duradero de descontento y enojo, o en tristeza. Si el monje no hace frente al afecto de la ira, es realmente devorado, como dice Evagrio o, en el lenguaje de C. G. Jung, el Yo pierde su armadura, “esto es, que no puede defender su existencia frente a los ataques de los factores afectivos; es una situación que frecuentemente se registra en los comienzos de una esquizofrenia”.

6.- El pensamiento de la acedia

“El demonio de la acedia, llamado también “demonio del medio día”, es de todos los demonios el más gravoso. Ataca al monje hacia la hora cuarta (10:00 hrs.) y asedia su alma hasta la octava (14:00 hrs.). Al principio, hace que el sol parezca avanzar lento e incluso inmóvil y que el día aparente tener cincuenta horas. A continuación, le apremia a dirigir la vista una y otra vez hacia la ventana y a saltar fuera de su celda, a observar cuánto dista el sol de la hora nona y a mirar aquí y allá por si alguno de los hermanos ... Además de esto, le despierta aversión hacia el lugar donde mora, hacia su misma vida y hacia el trabajo manual; le inculca la idea de que la caridad ha desaparecido entre sus hermanos y no hay quien le consuele. Si a esto se suma que alguién, en estos días, contristó al monje, también se sirve de esto el demonio para aumentar su aversión. Este demonio le induce entonces al deseo de otros lugares en los que puede encontrar fácilmente lo que necesita y ejercer un oficio más fácil de realizar y más rentable. Así mismo, le persuade de que agradar al Señor no radica en el lugar: “La divinidad - dice - puede ser adorada en todas partes”. Añade a estas cosas también el recuerdo de su familia y del modo de vida anterior y le representa la larga duración de la vida, poniendo ante sus ojos las fatigas de la asecesis; y, como se suele decir, pone todo su ingenio para que el monje abandone su celda y huya del estadio. A este demonio no le sigue inmediatamente ningún otro. Una vez concluido el combate, un estado apacible y un gozo inefable suceden al alma.”

Para los antiguos monjes, el demonio de la acedia es el más peligroso. Tiene en sí casi todas las tentaciones y pensamientos. Mientras los otros demonios tocan sólo una parte del alma, el demonio del mediodía ocupa todo el alma. Sofoca el entendimiento. Roba al alma elasticidad. No se tiene gusto por nada.
Casiano denomina a la acedia como tedio o angustia del corazón, congoja interior. El desánimo interior lleva al sueño o a huir de la celda. Evagrio describe el comportamiento de una víctima de la acedia con humor muy logrado:

“El ojo de un perezoso mira frecuentemente por la ventana y su espíritu imagina al visitante. La puerta rechina y él salta; oye una voz y mira curioso desde la ventana, no se vuelve sino que mira fijamente con la boca abierta hacia afuera.
Durante el oficio de lectura bosteza frecuentemente y el sueño le invade; se frota los ojos, estira las manos, aparta los ojos del libro y mira a la pared. Luego vuelve a mirar al libro, lee un poco, y se esfuerza inútilmente por penetrar el sentido de las palabaras. Cuenta las hojas y examina las letras. Le parece mal la escritura y la impresión hasta que por fin cierra el libro, lo pone bajo la cabeza y duerme no con sueño demasiado profundo pues el hambre despierta su alma y come.”

Gregorio el Grande enumera como consecuencia de la acedia la desesperación, desaliento, mal humor, amargura, indiferencia, somnolencia, aburrimiento, evasión de sí mismo, hastío, curiosidad, disperción en murmuraciones, intranquilidad del espíritu y del cuerpo, inestabilidad, precipitación y versatilidad.
La acedia es la gran tentación para el solitario, el eremita. Para él es cuestión de vida o muerte. Todo se pone en cuestión, falta todo impulso interior, el corazón parece cada vez más enfermo, el alma se embrolla.

“El alma invadida por la amargura de la acedia enferma y sufre. Y en un exceso semejante de sufrimiento le abandonan todas sus fuerzas. Su posiblidad de resistencia está a punto de abandonar la lucha ante un demonio tan poderoso. Ha perdido la cabeza y se comporta como un niño pequeño que llora sin motivo y grita dolorosamente como si no huebiese ninguna esperanza de consuelo.”

Todo el organismo espiritual se conmueve. El hombre se siente traspasado hasta el límite. Recae en comportamiento infantil y se compadece de sí mismo.
André Louf califica la acedia como crisis necesaria por la que pasa el que se aparta tajantemente de toda distracción. “La acedia es una especie de sentimiento de vértigo ante el abismo que se abre entre el alma y Dios y la incapacidad de atravesar ese aspecto vacío o simplemente soportarlo”.
El monje roza en la acedia el límite de la locura. Le amenza el hundimiento espiritual o el derrumbamiento del alma. Sin embargo, quien pasa esta crisis manteniéndose firme, simplemente perseverando, experimenta una paz y alegría profundas e íntimas. De esta prueba sale un hombre nuevo integrado de manera armónica.
La acedia coincide con la situación que M. L. v. Franz llama “la pérdida del alma”. “La pérdida del alma se presenta como displacer y cansancio sobrevenidos de pronto. Ya no se tiene la alegría de vivir y el interesado se siente vacío y paralizado en sus incentivos y todo parece sin sentido”. Este autor explica esta situación afirmando que una gran parte de las energías psíquicas pasan al inconsciente y por ello no está ya al servicio del Yo.
La energía es sometida por un complejo inconsciente. Así como la ira y la tristeza son reacciones por el malogro del tercer impulso fundamental, en la acedia los impulsos se anulan. Para Evagrio consiste precisamente el peligro de la acedia en que se le oculta al que la sufre. Los impulsos desordenados dominan sin que el hombre se dé cuenta de ello y, a veces bajo la máscara de virtudes. Esta observación de Evagrio corresponde a lo que Franz registra sobre muchas depresiones endógenas. “En el fondo hay en la estancada parálisis de la personalidad, un deseo peculiar intenso de forma varia (poder, amor, impulso de expansión, agresividad, etc.) que el depresivo, por muchos motivos no se atreve a dejar manifestar”.
En la acedia los tres impulsos fundamentales atacan al hombre en tanto que reprimidos y como consecuencia no son reconocidos por el inconsciente. Precisamente el hecho de que no haya ningún enemigo a la vista contra el que luchar, hace de la acedia una situación tan peligrosa. Los monjes aconsejan perseverar. Luego aparece una nueva vida, paz y alegría. Franz expresa esto psicológicamente: “Si se persevera el tiempo suficiente en esta situación aparece luego la mayoría de las veces el complejo que es activado por las energías adquiridas y llega a la esfera de la concienca. Surge un interés intenso por la vida que sin embargo, la mayor parte de las veces, toma una dirección distinta de la que tuvo hasta entonces”.

7.- El pensamiento de la vanagloria

“El pensamiento de la vanagloria es el más sutil y se disimula fácilmente en aquellos que practican una vida recta, deseando difundir sus luchas y procurando con afán la gloria que proviene de los hombres. Este pensamiento le lleva (al monje) a imaginar demonios que vociferan, mujeres curadas y una multitud que toca sus mantos; también le profetiza que será sacerdote desde ese momento y le hace ver a su puerta gentes que le reclaman y que le llevarán atado aunque él no quiera. Y, habiendo logrado que de esta forma se exalte, con vanas esperanzas, abandonándolo bien sea al demonio del orgullo para tentarle, bien al de la tristeza, el cual le introduce pensamientos contrarios a esas esperanzas, e incluso, a veces, al demonio de la fornicación, estos pensamientos entregan cautivo al que poco antes era un santo sacerdote.”

La vanagloria no está en los mismo planos que los otros vicios. Casiano la sitúa en la parte racional del alma. La vanagloria aparece cuando parecen haber sido superado los otros vicios. Entonces hace daño precisamente el empeño por haber vencido esos vicios. El demonio de la vanagloria es especialmente astuto. Siempre se introduce furtivamente cuando parecen vencidos los otros demonios.

Evagrio compara la vanagloria a una bolsa de dinero agujereada. Se mete lo que se ha ganado con esfuerzo por no conserva nada. Así la vanagloria echa a perder todos los esfuerzos por una victoria. Hace luchar al monje por falsas motivaciones, no para abrirse a Dios sino para agradar a los hombres. Por ello le orienta hacia lo exterior y el monje pierde la recta perspectiva de si mismo. Quien se identifica con altos ideales, sucumbe ante la tentación de la vanagloria. Como el ideal es valorado por los hombres, él se las promete felices y aumenta el sentimiento de autovaloración. En última instancia, en la vanagloria está el propio Yo en primera fila. Se trata de una glorificación del Yo, no de una entrega a Dios.

8.- El pensamiento del orgullo

“El demonio del orgullo es aquel que conduce al alma a la caída más grave. Este la persuade a no reconocer la ayuda que procede de Dios y a creer, por el contrario, que ella misma es la causa de sus buenas obras, jactándose ante sus hermanos y teniéndolos a todos por necios, puesto que no conocen las cosas que ella. Acompañan a este demonio la cólera y la tristeza y, como último mal, la alienación del intelecto, la locura y la visión de una multitud de demonios en el aire.”

El orgullo no es sólo el último, sino también el más peligroso de los vicios. El orgulloso se considera a sí mismo como Dios y niega, en última instancia, su condición humana. Esto le conduce fuera de la realidad a un mundo aparencial en el que se hincha cada vez más para terminar en una perturbación espiritual. Orgullo es lo que C.G. Jung llama inflación. El orgullose se hincha con el contenido del insconsciente y siempre pierde el sentido de la realidad. Se tiene por un gran reformador, por un profeta o un santo. Ignora sus sombras y, sin notarlo, es inundado por el inconsciente. Esto conduce, según Jung, a una pérdida del equilibrio anímico, a una disolución de la personalidad. Por la identificación con arquetipos del inconsciente el orgulloso se somete al poder del demonio del orgullo y queda como poseído. Por eso los monjes hablan precisamente de perturbación del espíritu y también de pérdida del espíritu.

2 comentarios:

  1. Gracias, nos ha hecho reflexionar sobre nuestra espiritualidad y al mismo tiempo, nuestro modo de acompañar a los jóvenes.
    Solo conociéndonos a nosotros mismos, cerrando la puerta de nuestra habitación para estar a solas con Dios y su Palabra podremos dejarnos transformar y acompañar a otros, sin juicios, solo acompañandonos desde lo que somos, amando lo que somos...
    Un abrazo
    Cecilia

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  2. Muyyyyyyyyyyyyyyyy buenoo Luis.
    Te felicito..
    Verónica

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